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La fiesta en paz

A Barceló le han echado mal de ojo

El vicepresidente del Govern y responsable de Turismo agota su crédito político por los problemas judiciales de colaboradores que eligió aun en contra de Més

Biel Barceló vive las horas más difíciles de su vida política. Guillem Bosch

A los de Més les han echado una maldición, han pasado por debajo de una escalera o han hecho añicos un espejo y olvidado echar un puñado de sal por encima de sus espaldas. Estas son las causas de los males que azotan al partido ecosoberanista si quien analiza la situación es, además de condescendiente, supersticioso.

Si el analista es un conspiranoico o un militante lobotomizado por la ideología, culpa al CNI, a una maniobra del Estado (español, por supuesto) o a una conjura de la prensa al servicio del oro de Madrid. La conclusión será muy distinta si quienes opinan son rivales políticos o aplican los parámetros habituales al evaluar la corrupción política: son como todos.

Si se me permite la apropiación impune de una frase del gran pensador Mariano Rajoy diría que "es todo falso salvo alguna cosa".

Desde el comienzo de la legislatura las dudas sobre la gestión de los nacionalistas se han sucedido. Y no solo desde la oposición. Primero fueron los contratos a dedo de las conselleries gestionadas por Més a Jaume Garau, el gurú electoral del partido. El caso desvelado por Diario de Mallorca, liquidó a la consellera de Cultura Ruth Mateu y a un puñado de altos cargos del mismo departamento y de la conselleria de Turismo.

El mismo caso dejó marcado al director de la Agencia Balear de Turismo, Pere Muñoz. El responsable del departamento, Biel Barceló, le mantuvo en el cargo contra viento y marea hasta que llegó la imputación judicial. Incluso con la citación del juez encima de la mesa, Barceló apostó por una dimisión en diferido -¿no les suena a María Dolores de Cospedal?-, que se ha concretado hace escasos días.

Con el asunto Muñoz aún caliente, han estallado en toda la cara de Més las conversaciones de la directora general de Turismo, Pilar Carbonell, con Bartolomé Sbert, mano derecha de Bartolomé Cursach. Las llamadas grabadas por la Policía Nacional suenan a habituales entre Administración y algunos administrados privilegiados, que siempre los ha habido y siempre los habrá. Turismo defiende, contra el criterio de los investigadores -explicitado en un informe desvelado por Diario de Mallorca-, que los expedientes del empresario de la noche se resolvieron con la misma velocidad o demora que los demás. Sin embargo, la situación es tan delicada que una citación del juez a Carbonell ha puesto fin a la carrera política de la empresaria de restauración.

La cuestión ahora se centra en el futuro político, si lo tiene, de Biel Barceló. El vicepresidente recibió numerosas críticas de sus propias filas cuando fichó a los dos últimos dimisionarios. Los militantes de Més, o del antiguo PSM para ser más precisos, no olvidaban que Pere Muñoz les había abandonado para echarse en brazos de Maria Antònia Munar. La pedrea, o premio gordo según se mire, que le tocó en el reparto de cargos del Govern dejó estupefactos a buena parte de los pesemeros que se habían mantenido firmes en las sucesivas travesías del desierto en la oposición.

El caso de Pilar Carbonell era distinto y, sin embargo, originó un rechazo similar. Se le echaba en cara la falta de pedigrí nacionalista. Incluso tuvo que desmentir insinuaciones sobre sus relaciones con los camisetas verdes o sus opiniones sobre el secesionismo lingüístico.

Biel Barceló defendió a ambos. Los dos han caído porque los modos políticos actuales, suscritos de principio a fin por Més cuando se refieren a otros partidos, no soportan una imputación judicial, aunque sea un mero trámite para garantizar el derecho de defensa.

Las dimisiones, diferida de Muñoz e inmediata de Carbonell, dejan a un vicepresidente más tocado que nunca, que además ha soltado de facto las riendas del partido.

Defiende que nunca se le pueda atribuir una responsabilidad judicial en la financiación, de Més. Pero si errar en la elección de colaboradores fuera delito, le caería la perpetua. En el ejército de Napoleón, que exigía que la suerte fuera la primera aliada de sus generales, no hubiera pasado de cabo primero o sargento chusquero.

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