De todos los datos de estas páginas, hay por lo menos uno que nos alegraría no ver en la estadística: las casi 300 menores de edad (incluyendo 17 de menos de 14 años) que se han quedado embarazadas sin querer y han decidido interrumpir su gestación, con todo lo que eso supone a nivel físico y emocional. Dirán: ¡Pero si hay más información que nunca! Sí, hay más información que nunca. Cantidades ingentes de información, buena y mala, que llega a unos adolescentes que tratan de integrar su desequilibrio hormonal y emocional en el desequilibrio generalizado que son las redes sociales en particular e internet en general: pornografía irreal, normalización de las menores en poses sexualizadas, canciones donde la mujer sumisa se convierte en un machacón estribillo...
Balears es la comunidad autónoma donde antes se empiezan a mantener relaciones sexuales (el promedio está en los 15 años frente a la media nacional de 16,5); en la que más casos de VIH se diagnostican entre los jóvenes... y ahora sabemos que es una comunidad en la que en 2016 300 menores de edad interrumpieron un embarazo no deseado. Son datos abrumadores y peligrosos, ¿no? Pues hasta este curso, cuando vamos hacia el primer tercio del siglo XXI, no existía un programa completo de educación sexualprograma completo de educación sexual a disposición de los centros educativos.
Este camino iniciado en colegios e institutos es imprescindible, pero no basta. La escuela no puede tirar del carro de todas las deficiencias sociales. Y en estos casos precoces las cifras de abortos voluntarios esconden, además de dramas personales, un gran problema social. Es necesario que las mujeres tengan una ley que les dé garantías y seguridad si quieren interrumpir su embarazo, pero con las más jóvenes la sociedad tendría que haber actuado antes.