Las personas se mueren. Los seres se mueren. Es evidente, es "ley de vida". Pero pocas veces se habla de la muerte con la atención adecuada, con la importancia que se merece. Cuesta hablar de la muerte, y de lo que viene después, porque es algo que, muchos, no reconocen o no quieren reconocer. Según la psicóloga general sanitaria, especializada en Psicooncología, Carme Servera, hay una "conspiración del silencio" en relación al tema de la pérdida. Porque es desconocido y, por tanto, da miedo. Pero si en algo coinciden las personas especializadas en el duelo que ha entrevistado Diario de Mallorca, y los dos testimonios víctimas de pérdidas, es que de la muerte se tiene que hablar.

La muerte podría definirse en los siguientes términos: es universal, todas las personas morirán un día u otro; es incierta, justamente, en relación al cómo y al cuándo; provoca que el cuerpo deje de funcionar, deje de sentir; y, al menos de momento, cuando la muerte llega no hay vuelta atrás. Estas son las cuatro premisas que la gente debería conocer, según Carme Servera, quien considera que la sociedad vive "de espaldas" a la muerte. "Ser consciente de que vamos a morir no significa que nos encerremos en casa por miedo a que nos pase algo, sino comprender que es algo real y que, algún día, tendremos que afrontarlo". Afrontar la muerte significa encarar lo que viene después: el duelo.

¿Qué es el duelo?

El duelo no es únicamente una respuesta ante un fallecimiento, sino ante una pérdida entendida de una manera más general: perder un trabajo, una pareja, una casa. No obstante, en las siguientes líneas, se hablará sobre el duelo provocado por la muerte, de cómo se vive y de cómo se acaba. Si es que se acaba.

"El duelo es un proceso que implica tiempo, pero también trabajo". Así lo explica el psicoterapeuta, también especializado en el duelo, Jordi Gil. Cuando Gil habla de trabajo sugiere que hace falta apartar las "presiones de la sociedad" para que no interfieran en el proceso anímico que provoca una pérdida. Presiones como "sé fuerte", "saldrás de esta", "tienes que salir más", "haz cosas", "anímate".

Según Gil, vivimos en una sociedad hedonista en la cual no hay espacio para la tristeza o para la ira, las que considera "emociones excluidas". Estas emociones son las que necesitan materializarse, liberarse, para que el duelo siga su curso, porque, según explica, "una tristeza que no se puede expresar no es una tristeza inexistente". Gil considera que el duelo tiene que servir para crear una normalidad con las nuevas condiciones existenciales, ya que después de una pérdida todo cambia y nunca se puede volver al mismo punto. Por esto, cuenta, ya casi no se habla de "aceptación", sino de "transformación". "Lo que hay que conseguir es que cambie la relación y el vínculo que se tenía con la persona fallecida. Está muerta, no volverá, pero sigue en nuestras cabezas, en nuestros recuerdos, está presente en las imágenes que explican nuestro mundo". "La transformación significa que la imagen final de esta persona será una imagen que neurológicamente no me afectará ni en la angustia ni en la depresión sino que la viviremos de una manera diferente. La imagen ha cambiado, se ha transformado".

Volver a vivir

Tanto Jordi Gil como Carme Servera apuntan que cuando una persona sufre una pérdida, ésta se convierte en el primer plano de su vida, mientras que todo lo demás pasa a un segundo plano. Un indicio de recuperación es que lo que quedó en un segundo plano en el momento de la pérdida, vaya entrando poco a poco al día a día de la persona afectada, que vuelva a vivir. Pero Carme subraya que "cuando el dolor de la muerte interfiere demasiado en el día a día hasta el punto en que quien sufre no puede dirigir su vida, es cuando se necesita psicoterapia". De eso se dio cuenta Àngela Amer, de Alcúdia, al mes y medio de la pérdida de José Antonio, quien fue su pareja durante los últimos cinco años. "Vi que no podía tomar las riendas de mi vida y decidí ir a psicoterapia".

"Para morirse solo hace falta estar vivo". Estas son las palabras que José Antonio pronunciaba cuando hablaba sobre alguna muerte con Àngela. Él murió hace apenas siete meses de muerte súbita. "Se le rompió el corazón por dentro", cuenta Àngela, quien explica que ya había sufrido, años atrás, la pérdida de sus padres, pero que no estaba preparada para una muerte "inesperada". "No nos educan para la muerte, por esto siempre es algo tan traumático". "He vivido dos duelos muy diferentes. La muerte de mis padres la viví de una manera más tranquila, en cambio, con la de José Antonio he tenido momentos de mucha rabia, de mucha desesperación, de estar contra el mundo." Àngela explica que con la muerte de sus padres, que murieron de enfermedad, tuvo la sensación de que tenía la oportunidad de despedirse de ellos y decirles todo lo que le quedaba por decirles. Por este mismo motivo, cuenta que lo peor de perder a José Antonio es no encontrar una respuesta a la pregunta '¿por qué?'. "Por qué, por qué por qué. No lo entiendo. No se entiende. Nos levantamos ese día perfectos, se acababa de tomar un café... Cuando te pasa algo así, te das cuenta de la fragilidad de la vida".

Aunque no hay ningún dolor comparable, y nadie puede decir que alguien sufre más o menos que otro, hay pérdidas más complicadas. No tiene el mismo impacto la muerte de un niño, que la muerte de una persona mayor. No tiene el mismo impacto una muerte inesperada, que una muerte pronosticada, según los psicólogos. Pero todas las muertes implican sufrimiento, duelo. Más o menos largo, más o menos complicado. Y eso depende, explica Carme Servera, de la personalidad de cada uno.

A. B. L., una mujer mallorquina de unos 50 años que quiere mantenerse en el anonimato, paciente de Carme Servera, considera que la muerte "esperada" o que se "prevé", como la de su padre, que padecía una diabetes complicada, es más fácil de "asumir". La compara con la de su madre, una muerte que no se esperaban en ningún caso, y que fue de las que "dices hasta luego y luego ya no está". "Es mucho más duro. Hace seis meses que murió mi madre, y ahora parece que el luto emocional se va levantando... Siempre te acuerdas de todo, pero al final te queda la parte buena". No obstante, las ausencias son ausencias, sea cual sea la circunstancia: "El dolor está ahí, y es un arañazo en el alma".

La importancia del entorno

Lo último que un doliente necesita, según Carme Servera, es que su entorno le de consejos para animarse. "Hay que dejar de utilizar mitos como el 'tienes que salir', 'si vas al cine te distraerás',? Lo que tiene el entorno tendría que hacer son lo que llamamos preguntas clave: '¿necesitas algo?' 'te acompaño al cementerio?', '¿quieres hablar?' o, también, '¿quieres que me vaya?'".

El entorno debería informarse sobre como puede ayudar o acompañar a la persona afectada durante el proceso de duelo. "Hay que dejar llorar", apunta Servera. "En la consulta, los psicólogos siempre tenemos pañuelos, pero antes de prestárselos al paciente dejamos que llore". Según la psicóloga, llorar es una herramienta "para aliviar" los diferentes síntomas fisiológicos que provoca el proceso de duelo, como dolor en el pecho o la tensión muscular. Otra cosa que funciona para "aliviar" es hablar, compartir. "No se sufre menos por hablar menos sobre lo que ha pasado", menciona. Y lanza una pregunta al vuelo: "¿Por qué compartimos las alegrías y no somos capaces de hacer lo mismo con las tristezas?".

¿Un duelo se acaba?

"Si entendemos que es una transformación, sí, se acaba. El recuerdo de la persona que ha muerto no se acaba nunca. Cada vez que recordamos a la persona fallecida podemos sentir una emoción, que puede un día ser la tristeza más profunda, pero que otro día puede ser amor más inmenso. Esto no se acaba nunca, y no tiene que acabarse", explica Jordi Gil.

Por su parte, Àngela Amer está segura de que el tiempo cicatriza las heridas.

Pasar el duelo es, para ella, "aprender y entender que nunca volverás a ver a esa persona. Pero, también, aprender a recordarla con una sonrisa, de una manera más tranquila, sin ese dolor rabioso de los días más próximos a la pérdida.

"El sentido de la muerte, es la vida", asegura Carme Servera. Y la vida lleva consigo felicidad, amor, tristeza, fuerza, gratitud. Pero también dolor, miedo, rabia, vacío. Quizás sea hora de que la muerte y el duelo que implica deje de ser un tema que se hable en voz baja. Quizá sea hora de acabar con esta conspiración del silencio.