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Análisis

Esclavos en la isla de la opulencia

Está claro que la prosperidad que refleja la macroeconomía no llega a todo el mundo. Los bancos y las grandes corporaciones llevan años mostrando con orgullo sus cuentas de resultados, y son los datos que utiliza el Gobierno para sacar pecho sobre su gestión económica. La crisis es cosa del pasado, dicen. España va bien, y nosotros, aún mejor. El Banco Central Europeo y los mercados aplauden con alegría.

Pero, casi invisibles entre tanta prosperidad, todavía existen grandes bolsas de infamia. Formadas por personas que se ven obligada a trabajar en condiciones infrahumanas porque hay empresarios que no pueden dejar pasar la ocasión de aprovecharse de la necesidad ajena para ganar aún más dinero.

Hemos visto algunas situaciones flagrantes. Propietarios de cadenas de restauración con locales en las calles más turísticas de Palma, con facturaciones millonarias, que obligaban a sus empleados a trabajar en condiciones de semiesclavitud, con sueldos por debajo de lo que marca la ley, horarios inhumanos y gravísimas deficiencias sanitarias.

¿Es esto lo que queremos? ¿Es esta la Mallorca que queremos ofrecer a los turistas? Porque, no nos engañemos, si tratamos a los trabajadores como esclavos, obtendremos un servicio de esclavos. Décadas de dedicación al negocio turísticos nos tendrían que haber enseñado que resulta rentable tratar bien a los empleados, que esta consideración se traslada al servicio que se da al cliente. Pero parece que aquí no acabamos de aprenderlo. Muchos empresarios pretenden exprimir al máximo a sus trabajadores y ofrecer a cambio un producto excelente. Y más todavía, cuando gran parte de la sociedad sigue convaleciente tras una década de crisis. Es lo que ocurre cuando la miopía se suma a la avaricia.

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