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Opinión

No hay corrupción sin urbanismo

Según el relato judicial cada vez más acreditado, Jaume Matas es el hombre que corrompió a una comunidad y Tolo Cursach es el hombre que corrompió a una ciudad, aunque el empresario encarcelado nunca ocultó su preferencia por Gabriel Cañellas.

De acuerdo con el instructor, Cursach se congraciaba con los funcionarios mediante billetes de alta denominación y champán francés. Las condenas penales demuestran que los billetes de 500 euros también circulaban por el Govern Matas, y las conselleras de aquel ejecutivo pasaban al cobro comidas con champán que la intervención sellaba sin rechistar.

Cursach manejaba Cort, pero el listado de departamentos investigados presenta una curiosa ausencia. La mafia de la Policía Local, licencias, la ORA, el salón de plenos. Un optimista señalará que son las únicas áreas con manzanas podridas. Un pesimista le replicará que se ha encontrado basura bajo las alfombras de todos los altos despachos sometidos a inspección. Un cien por cien.

Sin ánimo de desbordar la agenda de un juez y un fiscal con exceso de materia criminal, en el caso Cursach se incumple el primer y único axioma de la Mallorca reciente. No hay corrupción sin urbanismo, un principio que se extiende desde Bon Sosec a Can Domenge.

Es curioso que el Ajuntament haya precisado una desinfección de su cúpula, salvo en Cementos. Cuando gobernaba Aina Calvo, este diario descubrió que uno de los responsables urbanísticos tenía al margen una inmobiliaria de compatibilidad más que dudosa. Al contrastar con Cort, se confirmó el vínculo y se encareció al periódico a publicarlo, ante la impotencia para actuar desde dentro. Todo lo que se juzga en Cort, se multiplica por cien en el diseño de la fisonomía de la ciudad.

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