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Con ciencia

Ley celiana

Los sindicatos aplican una lógica en principio impecable a su reclamación de una subida de salarios que alcance el 2,5 o incluso 3% al año con carácter general, llegando a tres veces más en sectores, como la hostelería, cuya bonanza económica bate récords. Pero esa lógica no parece ser la que impere en materia de sueldos. Por más que Adam Smith hablase de la ley de la mano oscura, ese procedimiento natural y automático que mantiene los equilibrios en el mercado libre ajustando la oferta y la demanda, los salarios y los beneficios, a mí me parece que en realidad la economía, la española al menos, se ajusta a otra ley diferente. Es fácil comprobar que es así cada vez que el péndulo de los ciclos económicos se da la vuelta, para pasar de las vacas gordas a las flacas y al revés. Esa ley, que si no ha nombrado nadie antes propongo que llamemos celiana en mi honor, establece que cuando las cosas vienen mal dadas los trabajadores se han de apretar el cinturón por el motivo bien lógico de que apenas hay nada por repartir y, llegado el momento del despegue que deja atrás una crisis ya superada, han de moderar también sus pretensiones porque, de lo contrario, peligran las empresas.

La ley celiana hace que las subidas de sueldo, cuando se producen, vayan muy por debajo de estirón que dan las cifras macroeconómicas y los saldos de las cuentas corrientes de las empresas. Una segunda parte de la ley establece, por añadidura, que cuanto más grande sea la compañía más beneficio va a sacar de esa descompensación entre salarios y saldos contables. Con el añadido de que las empresas más grandes de todas, la multinacionales, logran incluso lo que parecía una tarea imposible: enmendarle la plana al señor Montoro o, llegado el caso, al ministro del ramo que ocupe la cartera en ese momento. Si cualquier ciudadano, por el hecho de tener unos determinados ingresos, ha de pagar unas suculentas cifras al erario público con arreglo a lo que dice el impuesto sobre la renta de las personas físicas, tratándose de empresas gigantescas la cosa cambia y ni siquiera han de tributar lo que dicen las normas que gravan el importe neto de la cifra de negocios. El propio ministro Montoro ha fijado en cerca de un 7% lo que terminan por pagar. ¿Redundará ese beneficio añadido en mejoras para sus asalariados?

Si ha entendido usted bien la ley celiana, la respuesta es que no. Veremos, pues, en qué quedan las pretensiones sindicales, habida cuenta de que los portavoces de los empresarios advierten en contra de subidas pactadas para varios años. ¿En qué quedará nuestra economía, dentro, pongamos de un par de ellos? Nadie lo sabe, de la misma manera que nadie sabe lo que sucederá el próximo día 1º de octubre con la supuesta desconexión catalana. Pero los mercados se desentienden de ese problema político, augurando que no llegará a ser jamás un problema económico. Deberían proyectar también semejante frialdad y desentendimiento al asunto de los salarios. Porque de acuerdo con la ley celiana, lo que les suceda a las cifras macroeconómicas de aquí a veinticuatro meses afectará poco a la respuesta que se de a las exigencias sindicales. Prudencia, fortaleza y templanza son, según me enseñaron en el colegio, las virtudes cardinales. Las que suponen el fundamento mismo. En particular, las que fundamentan el salario que podemos esperar.

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