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Opinión

Alquileres

La información que publica el Diario de Mallorca en esta doble página de hoy es un ejemplo excelente de cómo la economía y la política siguen movimientos pendulares. Diez días después de que se anunciase la reforma del alquiler turístico, hasta ahora un territorio salvaje, la tendencia de la oferta que se puede detectar en Internet ha cambiado de signo, aumentando los anuncios de viviendas tirando a asequibles para uso residencial con alquiler por meses o por años. Lo sorprendente es que eso sea el resultado de una ley chapuza cuyos promotores anunciaron de inmediato que habría que reformarla. Más aún si tomamos en cuenta que un plazo de diez días es muy bajo para influir en un mercado tan complejo como el del alquiler turístico.

Las primeras encuestas apuntan a que es el miedo a las multas el que está comenzando a darle la vuelta a la tortilla. Nada más lógico: la naturaleza humana, como nos explicó de sobras el filósofo Hobbes, incluye un componente egoísta que sólo se pliega ante las amenazas. Pobre del Estado que base en la buena voluntad y el civismo el orden ya sea de sus carreteras o de sus finanzas. Pero lo normal es que las sanciones dependan no sólo de lo dolorosas que sean sino, también, de que hayan probado fuera de toda duda su eficacia. Son multitud las leyes que amenazan con castigos muy severos y, a la postre, se quedan en papel mojado. Bien sorprendente es, pues, que en el caso de la reforma del alquiler turístico la función disuasoria haya tenido efectos incluso antes de su entrada en vigor. Y la única forma de entender esa especie de bálsamo de Fierabrás es, en mi opinión, que los abusos de la oferta de pisos a todas luces ilegal había sobrepasado ya los límites de la cordura.

Que las páginas de Internet como Idealista o Fotocasa hayan sufrido un cambio casi instantáneo es un excelente indicio. Pero la verdadera batalla está en el terreno de los grandes negocios como AirBNB, protagonistas de los escándalos más sonados en el abuso en la explotación del mercado. Con el añadido de que, incluso si el cáncer del alquiler turístico se logra contener, aún quedará en pie otro problema de mucho más difícil remedio: el del precio de los pisos, que queda a años luz de lo que puede pagar un asalariado medio. Se trata de realidad de dos síntomas que proceden de la misma enfermedad: del calentamiento brutal de la economía de la isla producido por un exceso de oferta y demanda en el sector más dañino pata nuestro bienestar, el del turismo de masas. No hacen falta muchas luces para entender que arruinar el medio ambiente, llenar de cemento las costas y elevar a cotas desmedidas tanto la generación de residuos como el consumo de agua y otros bienes esenciales ha llevado a una prosperidad que queda en manos de unos pocos ventajistas. Hemos destrozado Mallorca acabando con las clases medias, como en tantos otros lugares. Un puñado de milmillonarios y una multitud de mileuristas —si llegan a ese sueldo— componen una sociedad difícil de sostener. Y en esas estamos: poniendo parches en las muchas vías de agua para intentar que no se nos hunda el barco. Como la solución radical no existe, cabe desear al menos que los remedios encaminados a mejorar algo la situación tengan éxito. Se lo deseo de corazón a la reforma de los alquileres turísticos y a quienes, desde el Parlament, deben convertirla en algo eficaz.

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