Coloma Oliver arrastra algo más que un tobillo lesionado. Lleva encima el horror de haber sido testigo directo del atentado ocurrido este jueves en las Ramblas de Barcelona. La furgoneta asesina pasó a escasos centímetros de esta mallorquina.

"Estoy viva de milagro. Me he salvado por los pelos. Pudo haberme matado. Fue terrible", señala la propietaria de una tienda de ropa que es viajera habitual a la Ciudad Condal por negocios.

"Iba caminando por la acera cuando vi venir la furgonetavi venir la furgoneta, haciendo eses, llevándose por delante a todos. No vi la cara al conductor, solo vi el coche, a gente corriendo, cómo saltaban los cuerpos, un cochecito bajo las ruedas... ¡Ves de todo y no ves nada. Terrible!".

Oliver, de 58 años, hizo una confesión demoledora: "La cabeza te va a mil. En aquel momento pensé: 'De aquí no salgo'. Solo se me ocurrió llamar a mi hijo para despedirme de él. ¡Te quiero, le escribí".

La entereza de quien ha estado en el infierno sorprende. Prosigue en su narración al hilo de las preguntas. En primera línea, sin entender qué pasaba, revive el recorrido de escapada del horror: "Corríamos sin saber qué hacer; nos escondimos en un bar, volvimos a salir, y de ahí, nos metimos en una tienda. El dueño cerró la puerta por indicación de la Policía. Luego volvimos a la calle. Salíamos como hormigas. Corrí tanto que me torcí un tobillo. Al llegar al Paseo de Gracia, pude coger un taxi al aeropuerto. Allí, sola, me vine abajo".

Ayuda

Como tantos otros, Coloma no entiende "por qué hacen estas cosas". Tiene grabado el sonido de las sirenas, de los helicópteros, de los chillidos de la gente atropellada. "Son cosas que ves en el cine pero que jamás imaginas que vas a ver en directo, pero este jueves comprobé en primera persona que la realidad es peor que el cine".

En el medio del corazón de las tinieblas, Coloma también resalta "cómo las personas que estaban en las Ramblas ayudaban a los heridos", pero ella salió disparada en cuanto pudo del horror. "Corrí, corrí sin saber por dónde iba, por aquellos callejones, donde tantos estaban como yo, desorientados", relata. Mantiene la calma. "Me han dado tranquilizantes", confiesa.

Y en el aeropuerto volvió a hablar con su hijo Josep, quien la consoló. "¡Se te pasan tantas cosas por la cabeza...!", afirma. Cuando ya estaba en el avión, la tensión se desbordó en lágrimas. "Una psicóloga me atendió en el vuelo. Y al llegar a Palma, me esperaba otro psicólogo. Habían llamado al 112. Tuve un ataque de ansiedad".

A sus 58 años, agradece "estar viva". Sabe que "he vuelto a nacer". Ahora se pregunta, como tantos: "Por qué".