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Opinión

Trabajo imposible

Cuando eso del mercado laboral era un expresión rara y hasta impertinente -¿una mercancía, el trabajador?-, lo común era terminar la formación profesional o la carrera, encontrar un empleo y seguir en él, a través de una relación casi paternal entre empleado y empresa, hasta la jubilación. Cierto es que llegaban de vez en cuando los malos tiempos, las crisis económicas en las que el trabajo se desplomaba y el paro crecía pero, a la que el péndulo deshacía su vaivén, las aguas volvían a su cauce.

Como dice el reportaje de estas páginas, la crisis económica ha remitido lo bastante como para que la temporada haya alcanzado cifras de récord turística en este archipiélago, las plantillas se vuelvan insuficientes y el trabajo agobie. Pues bien, incluso en esas circunstancias laborales que cabría calificar de espléndidas, el paro no consigue bajar de esas 39.000 personas que buscan empleo, una cifra a la que habría que añadir a quienes han desesperado ya de encontrarlo. La explicación de la paradoja aparece cuando se pormenoriza por grupos de edades la evolución del empleo. Si, en comparación con lo que sucedía hace un año, los parados con menos de 45 años han logrado en buena parte un contrato, eso no sucede con aquellos que pasan de esa edad. Para ellos apenas existen los empleos disponibles, ni los empresarios dispuestos a contratarlos.

En cierto modo a las cifras del desempleo les sucede lo mismo que al conjunto de la sociedad, con un culto a la juventud que se refleja incluso en los anuncios de los diarios, los murales y la televisión. Aunque puede que se trata de una pescadilla que se muerde la cola porque ¿a santo de qué buscar clientes entre aquellos que no tienen un sueldo a dilapidar en la espiral del consumo? Si en los libros de Historia se refleja el papel muy importante que tenían los ancianos en las culturas previas a la explosión de la economía mercantil, ahora quien supera el listón del medio siglo no sirve para nada. No, al menos, en aquello que hace a las oportunidades que aparecen para poder lograr un trabajo.

Puede que la situación se resienta con un paro estructural tan elevado porque, como decíamos antes, la cadena empleo-consumo-gasto es la clave necesaria para activar las cifras de la salud macroeconómica. Con una población que envejece año tras año, el sacar ese segmento cada vez mayor de la ecuación del consumo supone un problema considerable. Pero éste resulta hasta ridículo si se compara con el drama personal de quienes están su mejor época profesional, cuentan con una experiencia sobrada y con empuje pero nada de eso sirve cuando en la entrevista de trabajo les piden el carnet de identidad. Si se añade que en los tiempos de vacas flacas es el sector de los más jóvenes el que se enfrenta a la dificultad de encontrar un empleo, sucede que toda una generación puede verse amenazada con la perspectiva de que nunca logre un contrato digamos normal. Corramos un velo lo más tupido posible sobre esos empleos basura que maquillas las estadísticas pero no resuelven ningún problema. Y nos encontraremos con que, incluso así, tal vez no nos hayamos dado cuenta de que cuando el trabajo se vuelve imposible a los cincuenta años puede que sea todo nuestro modo de vida el que haya entrado ya en el colapso.

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