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La fiesta en paz

¿A quién le importa la ley?

Contrariamente a lo que algunos puedan pensar, en este país no se incumple la norma más que en otros de nuestro entorno, pero aquí se presume de ello

Urdangarin ignoraba el derecho administrativo. B. Ramon

El problema de este país no es la falta de leyes y reglamentos. El verdadero disparate es que no se cumplen. Y, lo que es peor, muchos se jactan en privado y en público de vulnerarlas sin temor a las consecuencias. Estas últimas semanas están plagadas de provocaciones sin castigo.

A los chicos de Arran no les gusta el modelo turístico. Repudian al visitante igual que les fastidia la opinión de la Iglesia sobre el aborto. Sin problema hasta que su discrepancia pasa del debate ideológico a la acción directa. Lo mismo interrumpen una misa, que irrumpen en un restaurante del Moll de la Riba o asaltan un autobús turístico en Barcelona. No solo se saltan la ley a la torera sino que publican semanas después vídeos de sus hazañas.

Hablando de toros y dando un triple salto mortal al otro extremo ideológico. La ley balear de protección de los animales de 1992 y el Código Penal prohíben la entrada de menores de edad a las sanguinarias corridas de toros. Es lógico que el legislador estatal y el autonómico hayan querido evitar la pesadilla a los niños, igual que pretenden protegerles frente a la pornografía o a la violencia en televisión.

El señor Jorge Campos, presidente de la Fundación Nacional Círculo Balear y exdirector de la finca pública de Son Real en tiempos del bigobierno que llevaron al desastre Bauzá y Delgado, asiste al cruel espectáculo acompañado por sus hijos que aún no han alcanzado la mayoría de edad. Cuando desde Diario de Mallorca se le recuerda que la ley veta la presencia de menores, replica: "Por encima de mi libertad de ir a los toros está mi libertad de educar como quiera a mis hijos".

Libertad. Sacrosanta palabra que esgrimen los independentistas catalanes, entre ellos los muchachos de Arran, para caminar hacia un referéndum secesionista sin importarles lo que diga la ley. Por cierto, María Salom, a quien no tiembla la mano a la hora de sancionar a manifestantes de toda ralea, mejor dicho, de alguna ralea, ¿aún no ha sacado el bloc de multas a instancias de la Policía Nacional?

Nacionales y nacionalistas se hermanan en el incumplimiento de las leyes. Los primeros pretenden saltarse la Santa Constitución para crear la suya propia -y adaptada a sus necesidades- y otros la desprecian cada vez que se dejan corromper o animan a ser corrompidos. Eso sí, cuando ocasionalmente se sientan ante un juez, lejos de sentirse contritos, sacan a pasear su cinismo y su desfachatez. En lugar de guardar un silencio avergonzado lanzan una verborrea de palabras, siguiendo la vieja estrategia que sostiene que la mejor forma de ocultar una información es lanzar un torrente de desinformación.

Hablando de información o de falta de ella, Biel Company, al parecer futuro presidente del PP balear, guarda silencio cuando se le pregunta por privilegios y privilegiados en el parque nacional de Cabrera.

Silencio es lo que reclaman los residentes en Mallorca y los turistas sensatos que vienen a la isla a disfrutar de un merecido descanso y no a empalmar una borrachera detrás de otra. Seguro que en su país son más respetuosos con la ley. ¿Por qué? Porque a sus oídos también ha llegado el rumor de que en España el que la hace no la paga.

¿Pagar? En ayuntamientos y autonomías la incompetencia es gratuita. Resulta curioso que las instituciones públicas, no importa si están gobernadas desde la diestra o la siniestra, disfruten metiendo la mano en el bolsillo de los ciudadanos, pero luego sean las grandes incumplidoras de plazos legalmente establecidos y las reinas del silencio administrativo.

En su nulo "conocimiento de derecho administrativo" se basa Iñaki Urdangarin para pedir al Supremo que anule la condena que le impuso la Audiencia Provincial de Palma por saqueo de los dineros públicos. Él recibía millones de Jaume Matas por ser un "amigable componedor" y elaborar un plan de "simbiosis entre deporte y turismo", como hace el Tour de Francia.

Lo dicho, que nos saltemos la ley está mal. Que cuando nos descubren nos pongamos chulos solo puede obedecer a algún signo oculto de la identidad. Una marca más fuerte que la paella, la tortilla o el arròs brut.

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