Estaba anunciado, se veía venir, pero apenas se aprecian diagnósticos serios y mucho menos actuaciones eficaces sobre el fenómeno: el turismo, que hoy en Mallorca debe entenderse ya como sinónimo de masificación, empieza a preocupar y a seleccionar a los propios turistas, incluidos los residentes fijos discontinuos. Naturalmente, el cambio de actitud y la nueva realidad se manifiesta en el ángulo dónde más se juega, el del lujo y el del inversor con mayor poder adquisitivo. Lógico, el dinero es la mejor manivela para incentivar la capacidad de reacción y movimiento.
La saturación turística de una isla que en verano dobla su población y devalúa su tradicional postal bucólica con imágenes constantes de agobio y espera, no es buen reclamo para quienes buscan "exclusividad y privacidad" en parajes idílicos. Quedan todavía algunos en Mallorca. Cada día menos.
Va calando el mal efecto de carreteras y aviones en constante goteo sobre Son Sant Joan pero, por otra parte, siempre hay quien está en disposición de ir de fiesta con la cartera llena. Mallorca está de moda y atrae por eso a una clientela específica que busca permanentemente estar a la última en el lugar que sea.
"Hay que encontrar el equilibrio" dicen los portavoces de las inmobiliarias internacionales capaces de vender todavía en esta isla chalés de 15 millones de euros y hasta ofrecer uno de 48,5. Sin duda, porque todos los excesos llegan a ser contraproducentes cómo se está comprobando. El problema está en dar con los instrumentos necesarios para establecer las equidistancias. y confluencias.
Desde luego, deberá ser con políticas de conjunto y trasversales planificadas a corto y medio plazo. No puede ser solo con reacciones puntuales, aunque necesarias, igual que la moratoria del alquiler vacacional o las multas para quienes alojen turistas en plurifamiliares. La actuación, como en este caso, no debe obedecer a la iniciativa y exigencia vecinal. Debe ser convicción de la Administración.
