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Análisis

No es turismofobia, es turismofilia

No es turismofobia, es turismofilia

Bienvenidos sean los hoteleros a la implantación de unas mínimas normas de conducta para la convivencia turística. El veto al gamberrismo no es turismofobia, un vicio impensable en los industriales del sector. Se trata al contrario de turismofilia, de respeto a visitantes fieles que llevan años veraneando en Mallorca sin provocar estropicios.

Una inundación es una situación excepcional. Mallorca vive anegada en su escasa tierra firme, sometida a una presión turística que no guarda proporción alguna con su población ni su territorio. Ha perdido la "unidad de escala", en la célebre expresión de Sert para Eivissa. Quienes esgrimen la riqueza como coartada irrefutable, deben explicar por qué Aragón, La Rioja o Navarra superan a Balears en este apartado sin sufrir el agobio masivo.

El turista es el primer interesado en la preservación del lugar donde disfruta de sus vacaciones, a lo cual contribuye modestamente la lista negra de súbditos europeos que han confundido el turismo con la invasión, la mera barbarie del extranjero que habla raro con el salvajismo de Atila. De ahí que los empresarios, junto a los ciudadanos que lamentan la perversión de la vida social por el exceso de turistas y sus excesos, no actúen movidos por turismofobia, sino por turismofilia.

Por primera vez en su historia, Mallorca puede elegir los turistas que necesita, y obligarles a pagar un precio ajustado al desgaste que suponen. De ahí el atrevimiento de los hoteleros al señalar a clientes indeseables. En un gesto irónico que probablemente les ha pasado desapercibido, han recurrido al mismo criterio de las plataformas de la economía colaborativa, muy exigentes con anfitriones y huéspedes de sus alquileres ilegales.

Vivir en una región industrial no autoriza a construir unos altos hornos en medio de una zona residencial. Quien se opone a una discoteca en la puerta de al lado no es un enemigo de la música, ni de los discotequeros, ni de la creación de puestos de trabajo. Al igual que los hoteleros embarcados en limpiar su negocio con cierto retraso, obrar por interés no disminuye la sensatez de la actuación. El capitalismo es moralmente neutro, desde que Adam Smith demostró que lo importante no es que el panadero nos quiera, sino que hornee un pan honrado para aumentar su clientela.

La iniciativa de los hoteleros también sirve de recordatorio de que buena parte de los lugares de alojamiento, restauración y entretenimiento de Mallorca ni siquiera deberían estar abiertos al público por insalubridad.

Llamar turismofobia a la turismofilia es un truco digno de Donald Trump. De ahí que en toda discusión para alertar contra el presunto odio a los turistas, los antiturismófobos acaban aportando argumentos definitivos contra la abrumadora presión turística. Así le ocurría ayer mismo en La Vanguardia a Sergi Pàmies, en su artículo "El triunfo de la impunidad".

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