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Opinión

Leyes de la selva

Visto lo visto, a este diario le habría sido más fácil y rápido describir la situación de las estancias legales que esa selva bien poblada de fieras que resulta ser el mundo de los alquileres turísticos bajo mano. Uno creía que la picaresca de la oferta ilegal se reducía a quienes alquilaban sus apartamentos sin tener licencia para hacerlo pero, por lo visto, esa práctica ha terminado por ser casi propia de las monjas ursulinas -por usar una expresión tan políticamente incorrecta como común-, comparada con lo que ha llegado luego. Me entero ahora de que los turistas tienen una oferta tan amplia a su disposición que no sólo incluye los hoteles que no lo son y unos edificios completos de apartamentos que venden pernoctas sino que, a mayor abundamiento, se rentan para poder dormir furgonetas, barcos, almacenes llenos de literas e incluso tiendas de campaña instaladas en espacios públicos. Me extraña que a nadie se le haya ocurrido alquilar bancos en un parque con derecho a almohada.

El caos absoluto en que se ha convertido este asunto de los alquileres fraudulentos es el resultado de muchos, muchísimos años viéndolas venir sin que la desidia de los políticos -supongo que interesada en algunos casos- hiciese nada para impedirlo. Una desidia añadida a la torpeza e inoperancia de la ley cuando por fin se aprobó. Corría el año de 2012 y, a lo que se ve, la ordenanza creada entonces lucía tantos agujeros que se le podría haber llamado ley regadera. Los coladeros de la que se conoce como Ley Bauzá dieron paso a situaciones tan surrealistas -y provechosas- como la del Hotel Ipsum, cuya historia se cuenta hoy en estas páginas, o las del uso viciado del coladero de los edificios anteriores a 1940. Sin entrar en la explotación, delictiva sin más, que hacen las empresas que usan páginas de Internet como AirBNB o HomeAway a cambio del riesgo menor de una multa.

Está muy bien mirar con lupa las leyes mal hechas -aposta o no-, y poner todo el empeño en cambiarlas. Pero si esa empresa benéfica se lleva a cabo como lo ha hecho el Parlament, con el aquelarre de los cambios impuestos desde Podemos y el PP a la ley del PSOE y Més, entonces lo mejor es olvidarse de que estamos hablando de política y contemplar la historia como si se tratase de una película de los hermanos Cohen. El gran Lebowski, por ejemplo. Los disparates que se cuentan en ella quedan convertidos en estudios escolásticos si se comparan con la ley de alquiler turístico recién aprobada.

Pero tomarse a la ligera la incompetencia de los políticos que se suponía que iban a llevar el sentido común ciudadano a las cámaras legislativas tiene una pega. Por más que haya material suficiente para reírse, lo que corresponde es llorar. Y la razón estriba en que cada barbaridad legal que se añade aumenta las oportunidades de destrozo del archipiélago. Mallorca es ya hoy una isla sobresaturada en la que resulta asfixiante hasta moverse. En buena medida la culpa de que se haya llegado a esa situación viene de la permisividad suicida con la que se han tolerado todos los desmanes de los alquileres turísticos. Pero si la primera oportunidad que aparece para enmendar, siquiera en forma mínima, esa ley de la selva lleva en realidad a empeorarla, entonces cabe plantearse si existe algún remedio. Desde luego no parece que podamos esperar el que llegue desde el Parlament.

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