Más veces de las que conviene al ciudadano, la política es un estado de ánimo. De ahí los impulsos, las pasiones y las decepciones. También los estallidos, requiebros, revolcones y revuelcos. Hace apenas dos meses, Pedro Sánchez estaba aparentemente noqueado y visiblemente mosqueado con Francina Armengol. Efectos de lealtades perdidas, adhesiones incondicionales interesadamente reacondicionadas y factores de esos que explican, sobre todo, las relaciones de pareja y de política.

Por eso, hace un mes, Francina Armengol, tras flirtear con los rivales de su hasta entonces siempre amado líder, fue desterrada de la ejecutiva federal de este segundo PSOE de Pedro Sánchez, el resurrecto. Y también por eso ayer, pasado el calentón del candidato redivivo y el ataque de cuernos previo al renacer como líder de las bases del que fuera líder de los barones, volvió el idilio. Y renació el amor. Quizá esta vez no sea tan romántico como el flechazo original que estuvo cerca de arrastrarlos juntos a la intrascendencia socialista dentro de un PSOE asultanado (o asusanado) y a la andaluza, pero apuesten por que esta vez es ese tipo de amor que hace a las parejas y los políticos aguantarse hasta el penúltimo día: el interesado.

Pedro necesita a Francina, aunque no tanto como Francina necesita a Pedro: sin él, reconoce ella, Balears nunca tendrá a España a favor, sino en la contra de ese PP de Rajoy que no le da a las islas ni inversiones, ni financiaciones, ni agua. Mucho menos amor. De ahí que ayer, en la confirmación de la reelección de Armengol como secretaria general del socialismo balear, la emoción desbordante y necesitada la pusiese ella, ovacionada por los suyos hasta el humear de palmas, y entregada a ese líder que fue casi siempre el suyo: "Pedro Sánchez, la persona más valiente que he conocido en mi vida".

Así lo presentó ella (palabra), mientras (y esto no es literatura barata de gacetillero con ínfulas) se le aguaban los ojos en lágrimas para besar y rebesar (hasta tres veces) al amor recuperado, que una aclamación estruendosa de los suyos de más de un minuto y la proximidad del idilio recuperado desencadenan hasta síndrome de Stendhal. Al menos se lo desencadenaron a ella, a la que los mlitantes y simpatizantes socialistas de las islas quieren por separado tanto o más que a él. Y ojo que los quieren a ambos más que nunca: si la nueva política se mide en la vanidad de los selfies, Pedro Sánchez está en la cresta de la ola. Ni cuando solo era guapo le perseguían y aplaudían tanto. Ahora además tiene una historia, la del renacido Quijote de las bases, y es tan buena la novela que la gente que abarrotó ayer el Conservatori de Palma se fue emocionada , pese a reconocerle "un poco soso y cansado" (palabra de dirigente socialista adoradora de Sánchez).

Nueva historia, mismo discurso

El Pedro Sánchez de los barones seducía más por la sonrisa que por el discurso. El Pedro Sánchez de las bases seduce más por la historia quijotesca que por una sonrisa tan vista como el discurso, que es el mismo. Resumen libre: somos la izquierda, la del futuro y la verdadera (más que el resto de izquierdas verdaderas), y voy a uniros a todos en un gran frente sindical, ecologista, feminista y social que hará de España un lugar nuevo, justo, libre y plural, sin recortes, ni emigrantes laborales, ni trabajadores explotados, ni mujeres discriminadas, ni espacios naturales destrozados por esa derecha envilecida por su afán exclusivo de dinero y poder. Nada que no hubieran dicho Pablo Iglesias (el actual de Podemos y el que fundó el PSOE) o Rodríguez Zapatero (el del "no nos falles" y, por ahora, último socialista que abarató el despido y retrasó la jubilación).

El discurso se completó con el argumentario del PSOE para Cataluña ("queremos un futuro común para los catalanes", dentro de una España "diversa y federal") y con una alusión a Balears que solo destacará en titulares el día que algún político aterrizado desde Madrid no la haga (o la cumpla): "Balears está infrafinanciada, no tenemos aquí una financiación justa, yo lucharé por ella con Francina". ¿Cómo? Unidos por el interés (común): "Rajoy ha dejado a la deriva a las islas, que exigen un gobierno sensible con la insularidad. Las islas necesitan un gobierno de izquierdas aquí y en Madrid", decía Sánchez, que en justicia es quizá el líder de partido nacional que con más frecuencia visita las islas y probablemente el único que las abandona sin confundir Palma con Las Palmas.

Lleno en el conservatorio

Aplaudían los 500 presentes, muchos de ellos simpatizantes que llenaron hasta abarrotarlo el auditorio del Conservatori, pese a que era una cita reservada solo a delegados del congreso. Pero este Pedro Sánchez al que Armengol promete "dejarse la piel" para ponerlo en Moncloa, seduce a propios y extraños. Allí estaban todos los propios (alcaldes, consellers, diputados e históricos como el muy aplaudido Xisco Antich) y muchos extraños un tanto extrañados: sindicalista, líderes patronales y agrarios, e incluso uno de los hombres del momento, el presidente de la patronal en el ojo del huracán, la del alquiler turístico, Joan Miralles, que no sabía si aplaudir mucho o dejar que se le notase poco. Pero allí estaba, como representantes de Més y de Ciudadanos: la historia del hombre del pueblo que descabalgó a los barones de esa casta que glosaron otros seduce a damas y varones.

También a la presidenta Armengol, emocionada como pocas veces, hasta el punto de sacarle brillo y colores a un discurso dominado por el gris de la llamada al diálogo y el consenso: es su terreno, el de la palabra cercana, cálida y directa. Por eso ayer lloraba y brillaba, que el amor, cuando es verdadero, brilla. Y la líder balear iba a ayer sobrada de amor verdadero. No por Sánchez, que eso es pulsión más prosaica, sino por su gente, por un Partido Socialista que en las islas sigue entregado a la primera baronesa del partido que delegó su elección en militantes y simpatizantes. Ayer renovó votos y recaudó votos para su causa, que es la de Sánchez: el idilio socialista ha vuelto. Y esta vez enciende también a las bases.