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Opinión

Gestación

Que yo sepa, la humana es una especie de reproducción sexual que pertenece a la clase de los mamíferos y al orden de los primates. Eso quiere decir que las hembras cuentan igual que los demás simios y monos, como constató ya Linneo en el siglo XVIII, con mamas pectorales y han de gestar a las crías durante un periodo largo, nueve meses en promedio por lo que hace a Homo sapiens. Quizá vengan tiempos en los que la reproducción se haga de otra forma pero hoy por hoy incluso la que llaman subrogada necesita del periodo de gestación. Si se le pusieran muchas trabas, nuestra especie desaparecería.

Hasta aquí la biología, que resulta a todas luces trivial porque lo dicho es una verdad de las de Pero Grullo. Sin embargo, al entrar en las cuestiones culturales y sociales la cosa cambia porque de lo que se trata es de que la tan aireada igualdad entre los sexos, establecida desde nuestra Constitución, se vuelve papel mojado cuando a determinadas empresas no les viene bien contratar a quien está pasando por ese proceso del embarazo. Y llevan a cabo prácticas prohibidas por la ley con el fin de evitarse las empleadas gestantes. Así, la inspección de Trabajo tanto de Madrid como de nuestra Conselleria ha impuesto una multa de 25.000 euros a la empresa Iberia por haber cometido una infracción muy grave al exigir a las mujeres que optaban a un empleo a someterse a análisis con el fin de determinar si se encontraban embarazadas. Como la normativa veta el trabajo a bordo de quienes sí lo están, la empresa se escuda en razones de salud laboral para justificar los tests de embarazo. Pero como la multa es firme, se ve que la excusa no ha colado.

Que la naturaleza femenina y la masculina son, en nuestra especie, distintas supone algo que cae por su propio peso. Que las mujeres embarazadas no pueden realizar según qué trabajo resulta obvio. A nadie se le ocurriría poner a una gestante en su séptimo mes a apagar incendios. Pero a esas evidencias se le suman las derivadas de la convicción, política, social, cultural y laboralmente asumida de que no se debe discriminar a una mujer por el hecho de serlo, ni por las circunstancias que se deriven de su sexo, y la del embarazo es una bien notoria. Lo malo es que ese convencimiento tropieza con los intereses empresariales hasta tal punto que no son pocas las mujeres que, si quieren alcanzar puestos de responsabilidad en la compañía, o incluso seguir una carrera digamos normal, han de renunciar a su derecho a ser madres. Aunque las inspecciones de trabajo puedan evitar una discriminación tan de bulto como la de exigir tests de embarazo a las aspirantes de un empleo, no tienen ni la capacidad ni los medios para impedir esa otra exigencia en contra de la condición de mujer. Igual que sucedía en los tiempos de la censura franquista, lo peor es la autocensura, el sujetarse a unas exigencias que no tienen la necesidad de imponerse porque son asumidas para evitar algo peor.

Se habla mucho de la igualdad de sexos. No existirá ni por asomo mientras no tenga en cuenta la condición femenina, con el embarazo -el derecho a llevarlo o no a su fin- incluido como elemento crucial para todos los órdenes de la vida social. Se decía en tiempos que, si los hombres quedasen preñados, el aborto sería un sacramento. No está de más el reflexionar acerca de qué sucedería con la vida laboral en ese supuesto caso.

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