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Con ciencia

Comprando en la red

El Diario de Mallorca, por lo que hace al reportaje de estas páginas, podría ser el Diario de Toronto, de Belfast o de Beijing. El fenómeno de la venta a través de la red de redes, Internet, que ha impuesto ya en nuestro idioma (y en todos los idiomas) el barbarismo on-line, es global donde los haya. Nuestras vidas han cambiado de tal manera en el transcurso de una sola generación que hoy día se compran por Internet libros, vajillas, viajes y hasta aparatos para combatir a los mosquitos. La lista que he dado no es en modo alguno imaginaria: corresponde a las cosas que he comprado yo mismo on-line en el último mes.

En el planeta entero nos hemos rendido con armas y bagajes a los nuevos modos aunque, como dice este diario, Mallorca se encuentra a la cabeza de toda España en el comercio electrónico. Las razones que se dan como explicación de ese afán son sensatas; viviendo en una isla, Internet se convierte en el zoco por excelencia. Pero me temo que las referencias geográficas son uno de los componentes de nuestro mundo que más rápido desaparecen porque, por definición, Internet elimina las fronteras tanto naturales como impuestas. Hoy basta con un teléfono —móvil, por supuesto— para acceder a cualquier tienda adaptada a las nuevas formas.

Y ése es quizá el aspecto más crucial de la transformación absoluta de los mercados. No se trata ya de que sea posible comprar casi cualquier mercancía por Internet, sino de la competencia brutal que hace la venta electrónica a los comercios tradicionales. Las leyes de la compraventa que descubrió Adam Smith se basan en dos principios: precio y disponibilidad. Internet gana por goleada a las tiendas de siempre en ambos aspectos y, así, nos vamos a quedar sin nuestras referencias de siempre. El Japón en los Ángeles desapareció hace tiempo. Es para mí una noticia excelente saber que dos de las tiendas en las que solía hacerme con las cosas más inverosímiles para navegar, cuando navegaba, la droguería La Central o la tienda de productos de pesca Ca´n Sió, sobrevivirán porque se han adaptado a las nuevas costumbres.

Hace poco oía por la radio la queja de un nostálgico con el que me sentí muy identificado, alguien que se quejaba de que despareciesen los colmados de siempre. Era, por añadidura, experto en la gestión del tráfico y advertía acerca de los problemas que pueden aparecer en una ciudad como Madrid —léase Palma a todos los efectos— por culpa del comercio electrónico. Se refería a que hoy puedes encargar por Internet una barra de pan con las características que quieras y te la traen en una hora. El hombre recordaba los tiempos en que en la panadería de al lado la misma barra de pan se la despachaban en cinco minutos. Y sin necesidad de que alguien tuviese que subirse a un vehículo para llevársela a casa. Porque miles de clientes encargando el pan, o la leche, o lo que sea, implican centenares de motocicletas entregando el pedido. Ahora proliferan las bicis que, con un cajón en la parte trasera, entregan todo eso que antes comprábamos en la tienda del barrio. En nada no habrá ya tiendas, ni puede que barrios entendidos como se entendían antes, y a mí al menos me entra un repelús al pensar que, de hecho, la mayor parte de las librerías ha desaparecido ya. Serán los nuevos tiempos pero no son los buenos tiempos. No se venden éstos por Internet.

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