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Análisis: Un gigante con pies de barro, por Joan Riera

Los turistas que visitaron Mallorca en abril gastaron 906 millones de euros. La cifra supone un 36,4% más que en el mismo periodo del año anterior. Sin embargo, los mallorquines somos incapaces de mantener un equipo de fútbol en Segunda División. ¿Es solo deporte? No. Es, o debería ser, una proyección del poderío económico.

Balears superó en mayo por vez primera en su historia la cifra de medio millón de trabajadores dados de alta en la Seguridad Social. Sin embargo, los salarios se encuentran entre los más bajos del país y las pensiones acaban siendo miserables. Como admite el Banco de España, la riqueza no se reparte de forma adecuada.

Unas 200.000 viviendas mallorquinas han entrado en el negocio del alquiler turístico, legal o ilegal. Esta nueva actividad favorece la llegada de una avalancha de turismo que busca alternativas al tradicional alojamiento hotelero. Esta democratización del negocio llena los bolsillos de miles de propietarios que hasta ahora habían quedado ayunos de este maná. Sin embargo, la isla sigue siendo un solar cultural. La oferta dedicada a cultivar el espíritu de los mallorquines es más propia de un país del tercer mundo que de una tierra enriquecida en lo material. La opulencia convive con la miseria casi absoluta de actividades artísticas, tanto de las que se impulsan desde la iniciativa privada como desde la pública.

Este año, dicen, recibiremos más millones de turistas que nunca. Volveremos a hablar de récords, de saturación y de límites. Querremos continuar creciendo, construyendo, creando nuevas infraestructuras para satisfacer a los visitantes. Sin embargo, seguiremos manteniendo una asistencia social precaria, incapaz de atender los casos de quienes se han quedado al margen del lujo deslumbrante.

Mallorca es un gigante. Pero hay razones para temer que sus pies son de barro.

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