"A los 18 años estaba con unos amigos en un bar. Había una máquina tragaperras. Eché un euro y gané ochenta. Creo que ahí empezó todo". Habla Iván [nombre ficticio], quien tocó fondo el día en que, ahogado por las deudas y los remordimientos, su novia le puso las maletas en la puerta. Asumió su enfermedad, aceptó el ingreso en la Clínica Capistrano y, ocho meses después, se le ilumina la mirada cuando habla de su nueva vida.

Ahora, con 31 años, este joven mallorquín explica su infierno con la esperanza de disuadir a quienes se hayan acercado demasiado a las apuestas deportivas. "Con el tiempo las tragaperras me sabían a poco porque los premios eran demasiado pequeños. Les cogí manía, así que empecé a ir al casino. Pero el desastre vino cuando empecé con las apuestas deportivas en Internet. Ahí puedes ganar mucho dinero y también perder mucho. A mí me han pasado las dos cosas", relata Iván.

"Al final aposté burradas. Si conseguía tres mil euros, me los gastaba. Casi siempre apostaba en partidos de tenis porque me provocaban una descarga de adrenalina. El fútbol no me motivaba. El problema es que cuanto más dinero ganas, más dinero pierdes. Para mí gastar 500 euros no era nada. Y muchas veces no eran mis 500 euros. No dormía porque debía dinero a mis padres, a mis amigos, a mi expareja, al banco€", sigue rememorando Iván, quien prefiere no decir cuánto perdió durante aquellos años oscuros: "Muchísimo, una barbaridad".

Vida de excesos

Este mallorquín habla de una vida de excesos y descontrol. "He trabajado toda la vida desde los quince años. Mecánico, ascensorista, fontanero€ El dinero no me duraba nada. Me gastaba mi sueldo de mil euros en un día o dos, así que tenía que ir al banco a pedir préstamos.

También robaba dinero a mis padres. Cuentas muchas mentiras, así que te evades yéndote a la habitación con el móvil para apostar", relata.

Este joven mallorquín se ha marcado como meta devolver todo el dinero que debe a sus padres -"aunque yo no tenga nada para mí". A corto plazo, seguir disfrutando del día a día: "La tentación siempre está. Yo ahora voy con cinco euros en el bolsillo. Y si necesito más tengo que justificar el gasto con tickets. Tengo conexión a internet en el móvil, pero me pueden controlar qué páginas he visitado".

Se opone a la autorización para abrir casas de apuestas por primera vez en Balears -"es un desastre, no piensan en el sufrimiento que causan"- y se despide dejando sin respuesta una única pregunta. ¿Qué es lo máximo que llegaste a ganar con una sola apuesta? "Lo recuerdo todos los días, pero prefiero no decirlo".

5.000 euros en dos horas

Ese dato también lo tiene bien presente Manu. No es sólo que él pudiese gastarse 5.000 euros en dos horas en máquinas tragaperras de casino. Para este camarero de 40 años, jugar era su forma de escaparse de sus inseguridades, de su timidez, de su soledad. "El juego era una manera de evadirme de mis problemas. Era mi refugio. No podía dejar de jugar", explica.

El cóctel adictivo lo completaba con el recurso constante al alcohol y a la cocaína, motivo por el cual, además de ir a terapia a la asociación Juguesca, ha pasado también por Proyecto Hombre.

Su trabajo de camarero, con sus propinas, le permitía ganarse un buen sueldo. Sentía que tenía que llevar siempre dinero en la cartera si quería ser feliz. Dinero que se gastaba después en esas máquinas tragaperras de casino, que captaban su interés con golosos premios de miles de euros.

Empezó cuando tenía 20 años. Y, al principio, ganaba mucho dinero. Las pérdidas, sin embargo, eran mucho mayores. "Yo calculo que, en dos años, perdí unos 35.000 euros, lo que llevaba ahorrado", dice Manu, quien asegura que lleva un año y medio sin jugar.

¿Su consejo para los que están sufriendo este infierno? "A las personas que estén pasando por lo que yo pasé les diría que se dejen apoyar por la familia, que no busquen refugio en el juego. Que busquen otras alternativas, que practiquen un deporte, por ejemplo. Que disfruten de los pequeños detalles de la vida y, sobre todo, que refuercen su autoestima", dice.

Para otro ludópata, Toni (nombre ficticio), el verdadero coste de jugar va más allá de lo que marque la tabla de precios del casino, la web de apuestas o el salón de juegos. "El verdadero precio de jugar es muy alto. Lo puedes perder todo. El juego te lleva a la obsesión y se convierte en lo único de tu vida", relata.

En dos décadas, la apuesta en juegos de azar y en la Bolsa -que no deja de tener un componente de suerte, de juego- le llevó a perder más de 400.000 euros. En estos años, se arruinó varias veces, lo que no le impedía volver a jugar. "Tenía un trabajo bien pagado y me lo podía permitir", cuenta.

Ahora lleva dos años al margen de eso, pero no da la batalla por ganada: "Sé que soy ludópata y que no controlo. A veces, me viene el gusanillo, pero tengo claro que no puedo hacer más desastres. No quiero volver a arriesgar mi vida personal ni mi destino".