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Universitat

Yoga y ping pong contra el estrés electoral

Los estudiantes de la UIB que fueron a votar aseguraron haberse informado previamente a través de las redes sociales

Una de las mesas electorales instaladas en la UIB, durante la jornada de ayer. manu mielniezuk

Decenas de estudiantes de la UIB hacen delicados equilibrios mientras reciben una clase de yoga al aire libre. Manos en el suelo, una pierna levantada. "¡Me he destrozado las rodillas!", se lamenta un joven. A pocos metros, dos amigas se intercambian problemas sentimentales. El novio -es el resumen- se comporta mal con una de ellas. "Es un idiota", zanja. Cerca de ellas, dos alumnos juegan a ping pong. A lo lejos, un murmullo agitado envuelve la terraza repleta del bar anexo al Mateu Orfila, uno de los pocos lugares con sombra en un día de calor subsahariano.

Y, echando un vistazo a los tablones de anuncios de las facultades, se ven anuncios de diversión low cost; se ve un escrito reivindicativo, titulado 'Por un carmín', quejándose de un tuit despectivo sobre un pintalabios utilizado por una delegada de clase; y se ven invitaciones para una comida de fideus de vermar.

A primera vista, las diferentes escenas que deparaba ayer el campus de la UIB hacían bueno el socorrido tópico de que el grueso de la comunidad universitaria -el alumnado- vivía de espaldas a la elección de su rector; unos alumnos entregados a sus estudios y a su dolce vita, sin parafernalias electorales de ningún tipo, sin rastro de la lucha de poder palaciego/académico en ciernes.

Siendo en gran parte verdad, esta impresión no era del todo cierta. El nivel de participación fue ínfimo, sí, pero a primera hora de la mañana había un nivel aceptable de votaciones en edificios como el Ramon Llull y el joven Josep Gil (cuarto de Historia) así lo corroboraba. "Todos mis amigos van a ir a votar", contaba poco después de emitir su sufragio en el hall del edificio de Letras, por donde se movía el decano de la facultad de Filosofía y Letras, Miquel Deyà, charlando animadamente con quien saliese a su paso.

Gil daba sus razones para votar. "Tiene que haber un cambio para que el Plan Bolonia se adapte a las necesidades de los estudiantes", afirmó. Mario Plomer, de primero de Filología Inglesa, defendió su voto como una manera de reivindicar que "los alumnos tengan un papel más importante a nivel institucional", mientras que su compañero de curso Francesc Socias considera necesaria la "mejora de las carreras de Humanidades" y del nivel organizativo docente. En la era de los 'millenials', las redes sociales han sido básicas para informarse, según señaló Marc Ríos, estudiante de segundo de Psicología. Para otros, lo que les ha animado a votar ha sido la difusión del "tema", como coincidieron en asegurar Martina Magri, Adrián Campoy y Nuria Costa. ¿Qué "tema"? "¡El Minerval!", apuntó uno de ellos, en referencia al escándalo por el supuesto medicamento contra el cáncer. Había estudiantes, como Lorena Ruiz e Ismael Mateu (segundo de Biología), que reconocían que se habían dejado llevar más que nada por la "impresión personal" de los candidatos Rafel Crespí y Llorenç Huguet.

Uno de los pocos centros de votación donde se vivió un auténtico clima electoral fue Son Lledó, donde los profesores hacían cola para depositar su voto y proliferaban los corrillos para comentar la jugada. Hasta allí, llegó Crespí al mediodía acompañado de miembros de su equipo.

Tras días de estrés, sonreía y se mostraba relajado, de la misma manera que todos los candidatos de cualquier jornada electoral. Hacía lo propio Huguet, quien, sobre esa hora, se resguardaba del calor debajo de la sombra de un árbol cerca de Son Lledó, mientras participaba en una conversación sobre el nivel de sueño de un bebé que llevaba uno de sus acompañantes.

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