Los jueces no siempre arrancan la verdad de los imputados, pero tienen la virtud terapéutica de provocarles inesperados arrebatos de humildad. Y eso que la modestia no es la impronta dominante en el carácter de Pablo Escribá Ruiz, catedrático de la Universitat de Balears.
Sin embargo, la sola presencia de un juez de Instrucción logró ayer que el investigador investigado moderara sus logros científicos. Dice ahora que nunca vendió el Minerval como fármaco, y mucho menos como una solución para curar el cáncer. El catedrático solo promocionaba a precio de oro un "complemento nutricional".
Es innecesario recurrir al testimonio de la veintena de familiares de víctimas de cáncer que aseguran lo contrario. Basta con remitirse a la edición de este diario correspondiente al 15 de diciembre de 2005. Bien oiréis lo que Escribá decía entonces. El Minerval "puede revertir un proceso tumoral. El aceite de oliva puede proteger de ciertos tipos de cáncer, pero no puede revertir un proceso cancerígeno, cosa que sí puede hacer el Minerval".
El catedrático asegura una cosa y su contraria, comportamiento cuanto menos peculiar en un científico. Por si no quedaba claro, añadía Escribá´05 que "hemos comprobado que el Minerval puede tratar tumores que actualmente son incurables. De hecho, algunos científicos consideran que parar el proyecto sería, literalmente, un acto criminal". Sin duda, porque "perderemos la oportunidad de salvar muchas vidas".
Y no queda espacio para detallar sus hallazgos sobre el Alzheimer, bajo el amparo de un rectorado de la UIB que cada vez recuerda más al PP de Madrid. Los implicados en esta farsa científica sin precedentes han alcanzado la gloria mundial, aunque tal vez no en la forma que ansiaban. Lo importante es que hablen de uno.
