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Opinión

Carreteras

La izquierda, cuando gobierna, gusta de llamar a las carreteras de otra manera en la esperanza de que de esa forma pierdan su maldad intrínseca, que no es otra que la de transportar los muchísimos coches que han llenado Mallorca a causa de la apuesta permanente, de izquierdas y derechas, por el turismo de masas. El problema de tener que construir la autopista desde Palma a Manacor que el presidente Antich, siendo candidato, aseguró que jamás se haría se resolvió llamándola autovía y poniendo de tramo en tramo rotondas disparatada para justificarlo.

Le llega el turno al segundo cinturón que, bautizado no sé por quién como vía conectora, gana en virtudes. Lo que no parece ganar es en eficacia porque los cuatro años de retraso para construir solo la mitad no son un ejemplo de cómo se deben hacer las cosas. Aunque el problema viene de lejos: del colapso permanente que sufre la otra vía, la de cintura, a causa de la falta de previsión. ¿A quién se le ocurre hacer un cinturón urbano de semejante calibre, destinado entre otras cosas a dejar el Paseo Marítimo como lo que debería ser, un paseo, y no tener en cuenta que tendría que ampliarse? Al no haber reservado terreno para añadir más carriles, la vía de cintura está abocada a ser una ratonera. Se supone que la vía conectora ha de aliviar algo esa fuente de desesperación para los conductores pero, ya digo, nuestro cinturón de ronda, el único de que disponemos de momento, sigue siendo una de la carreteras más saturadas del reino. Triste récord.

Por qué no se termina el segundo cinturón es algo que tiene que ver con los males endémicos de este archipiélago, que van desde la incompetencia de sus autoridades a la hora de diseñar cualquier cosa hasta la empanada mental que añaden cuando se trata de hacer una carretera. La burocracia se encarga de rematar la jugada pero el paso de tortuga llega desde el origen. En nombre del principio desde luego bien plausible de la defensa del territorio se cambian proyectos, trazados y conceptos una y otra vez hasta que la tortuga, o sea, la perdiz, queda mareada del todo. Pero ¿para qué? Porque jamás se ha visto que los problemas derivados de la sobrepoblación se resuelvan manteniendo unas carreteras insuficientes.

La abundancia exagerada de automóviles en Mallorca durante el verano, asunto al que este diario se ha referido no pocas veces, es uno más de los colofones de la avaricia. Avaricia de los ministros que, en época de Franco, decidieron sacrificar la isla para obtener las divisas destinadas a industrializar a quienes ahora claman por la independencia. Mejor nos habría ido de haberla tenido ellos entonces. Avaricia de los empresarios que dicen amar a Mallorca y han llenado tramos enteros de la costa de hoteles gigantescos. Avaricia de quienes siguieron por ese mismo camino promoviendo urbanizaciones absurdas y, a todas luces, ilegales en nombre de cualquier ley imaginable ¿Hace falta recordar lo que es la entrada desde la mar al Port D´Andratx?

En esas condiciones, y en una isla sin apenas transporte público, el coche manda. Colapsando las carreteras existentes. El Consell estudia soluciones para poder terminar los tramos previstos del segundo cinturón con vista a que alcance de una forma u otra vías tan esenciales como la carretera de Valldemossa. Llevamos estudiando tanto tiempo que el doctorado debe quedar al alcance de la mano.

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