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Análisis

Entre el asco y el estupor

Si los intentos de estafa en los que los perjudicados son personas siempre me han producido rechazo, en el escándalo de la venta fraudulenta de...

Si los intentos de estafa en los que los perjudicados son personas siempre me han producido rechazo, en el escándalo de la venta fraudulenta de un fármaco como el minerval, que se publicitaba como remedio contra el cáncer, uno siente una reacción que se mueve entre el asco por lo que puede llegar a hacer una persona para beneficiarse económicamente y el estupor ante la actuación de instituciones académicas que no han estado a la altura de lo que se espera.

En el caso presente, los presuntos estafadores se han aprovechado de la desesperación humana, la de aquella persona que sufre una grave enfermedad como un cáncer incurable y que está dispuesta a cualquier cosa para salvar su vida. Para ello pone todo lo que tiene en manos de aquel que le dé un poco de esperanza. Lo grave es que el protagonista no es un chamán que vende productos de efectos milagrosos sin testar en la red, sino alguien que, bajo el paraguas del título de catedrático, ofrece un fármaco que se dice curativo, cuando sus bondades no están ni mucho menos demostradas. Nada de eso impide la búsqueda de un lucro que no tiene en cuenta ninguna consideración ética.

El asombro y el estupor viene cuando uno conoce como la institución académica que ha dado amparo a los supuestos estafadores conocía desde hace tiempo las advertencias que se le habían hecho sobre el fármaco y la actuación de los ahora detenidos, y no había reaccionado, hasta que el caso llegó a la policía y a los juzgados. Eso es cuando menos reprochable en el caso de la UIB, cuyos responsables se hacen los perseguidos, cuando lo que se espera es que actúen con decisiones tajantes y aclarando cualquier duda sobre algo que no solo desprestigia a su institución, sino que hace mucho daño a los que investigan con el fin de lograr avances que beneficien a la humanidad y no solo a su bolsillo.

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