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Opinión

Rentasa

Yo no tengo ni la menor idea de si se trata de un plan para reforzar la debilidad extrema en que han quedado el Govern y su presidenta después de que quien es su aliado principal, el vicepresidente Biel Barceló, se vea contra las cuerdas. A lo mejor es una coincidencia, y no una jugada de distracción, que éste tire de los recursos que le presta su otro cargo, el de conseller de Turismo, para demostrar que aún cuenta con alguna iniciativa ajena al asunto que tanta polvareda y tantos ríos de tinta ha levantado: el de los contratos concedidos a dedo a Jaume Garau. El vicepresidente concedió una entrevista larga a este diario justo hace una semana y, siete días después, sale de nuevo a las tablas con una propuesta bien ajena a la crisis anterior aunque destinada también a generar polémica. La de un nuevo impuesto que se añadiría al de Turismo Sostenible, la ecotasa, para nosotros los legos. Demos la bienvenida a la rentasa (perdón por el neologismo horrible) que pretenden poner coto a los coches de alquiler que tanto proliferan en Mallorca.

Los impuestos están destinados, por definición, a hacerse con el dinero de las empresas y los ciudadanos. Su objetivo es del todo recaudatorio, por más que se disfracen con los ropajes que se quiera. Las tasas que gravan las cajetillas de tabaco generan unos ingresos suculentos para el Estado pero no logran en absoluto que se fume menos, excusa que se esgrime siempre como justificativa para esas tasas. Lo mismo sucede con el alcohol y con las tarifas que se pagan por aparcar en la calle. Salir ahora con una rentasa para los automóviles no va a hacer ni por asomo que mejore una situación que resulta ya dramática: la del colapso en las carreteras de la isla de Mallorca y, ya que estamos, en su capital cada día que en verano caen cuatro gotas. Porque está más que demostrado que a esas subidas de precio no se responde mediante una disminución del consumo. Tampoco sirven los pases de varita mágica para que salga el conejo de la chistera, versión festiva del deseo recurrente (y utópico) de que los turistas vengan a Mallorca en invierno. Pero entonces, ¿qué hacer?

Si lo que se quiere es una circulación más fluida mejor remedio parece el otro al que se refiere también hoy el conseller Barceló: el de las restricciones directas como la que limita el acceso de los automóviles a las playas. O a los pueblos como Deià. El remedio, pues, parece bien fácil. Pongamos semáforos que impidan acceder a casi cualquier sitio. Que sea el vecino de al lado el que se quede con los coches. Igualito que la normativa aquella que me comentó una vez un alto ejecutivo de Tirme: todos los ayuntamientos de la isla, en los contratos que sacan a licitación, obligan a que las basuras se saquen de su término municipal. Como no pueden tirarse a la mar, ¿qué hacemos con ellas? Está claro: las metemos en los coches que tampoco podrán entrar en ninguna parte.

El verdadero problema consiste en que Mallorca ha llegado ya hace tiempo a su nivel de saturación por culpa de defender el turismo de masas del que se depende porque nadie ha sabido encontrar una alternativa económica. Pero eso es asunto la que habrá que dedicar otro comentario; no hay sitio en éste para entrar en profundidad en la causa principal. Ni tampoco en el Govern, a lo que se ve; de ahí que aparezcan parches como el de la rentasa.

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