Es un miércoles por la noche. Junto al cauce de sa Riera, a su paso por el polígono de Son Valentí, se oye la música acelerada de una clase de zumba, spinning o cualquier otra actividad aeróbica con nombre en inglés. Hace falta usar una linterna, la oscuridad solo se interrumpe por los faros huidizos de los coches que pasan volando por la Vía de Cintura.

Allí, al lado del gimnasio del que fuera rey de la noche (hoy encarcelado) y debajo de la autopista que rodea la ciudad, duermen Rodamir, Krasimir, Kolio y otros siete compatriotas búlgaros. Viven allí con sus gallinas, conejos y perros. Son náufragos y sus balsas son las precarias construcciones hechas con tablones y restos de palés en las que viven. Sin agua y sin electricidad, pero con varios extintores a la vista: ya sufrieron un incendio hace unos años.

Este es uno de los asentamientos que han proliferado por las afueras de Palma en los últimos años como efecto colateral de la crisis económica.

La recesión no sólo incrementó el número de personas que no tienen hogar (no es difícil verse en la calle cuando alguien se queda sin ingresos y no cuenta con familia o amigos que le puedan ayudar), también ha cambiado su realidad.

Por ejemplo: como han cerrado cientos de oficinas bancarias y cajeros, muchos ´sin techo´ han tenido que buscar otros sitios donde dormir. La crisis les ha dejado una nueva posibilidad: los solares abandonados o con obras que quedaron paralizadas al poco de empezar. Así, muchas personas sin casa han ido desplazándose del centro hacia los polígonos, en busca de solares y obras abandonadas.

Otros efectos de la crisis: los técnicos encuentran a más jóvenes, personas que fueron excluidas del mercado laboral y no encontraron ninguna red de apoyo que les evitara la exclusión social.

El colofón de esta situación, la guinda final, es el ´regalo´ de la recuperación económica: el fenómeno del alquiler turístico y los prohibitivos precios del mercado inmobiliario. Si los elevados alquileres pulverizan las expectativas de los asalariados, para los que viven de los subsidios el sueño de un techo se vuelve un imposible (a no ser que se opte por la ocupación, una práctica al alza).

Voluntarios y técnicos

Ésa es la evolución de la realidad de las personas sin hogar que ha notado Hugo Cózar en la última década, el tiempo que lleva trabajando en las Unidades Móviles de Emergencia Social (UMES). Desde su perspectiva ve claro que en el contexto en el que se mueve no ha llegado recuperación económica de la que se habla en la ´tele´: "Esto no se recupera". Así lo cuenta mientras conduce en dirección al polígono de Can Valero, acompañado de Ioana Pop, voluntaria de Cruz Roja, y Maria Barceló, maestra de Infantil en paro que esta noche les echa una mano.

Los tres conforman el Equipo 21, uno de los grupos constituidos por más de 200 técnicos y voluntarios que el pasado miércoles participaron en el segundo recuento de personas sin hogar organizado por el Institut Mallorquí d´Afers Socials en colaboración con Cruz Roja y la Universitat para tener una foto fija del problema.

El primer recuento se hizo en 2015 y se registraron 158 personas (una mayoría de hombres y sobre todo españoles). Este año, ya antes de partir, los organizadores saben que encontrarán a más, aunque solo sea por algo que puede resultar anecdótico: el recuento de 2015 coincidió con un partido de la Champions. Al día siguiente se confirman las sospechas: este año las primeras cifras hablan de 214 personas.

Los equipos de Palma empiezan en Ca l´Ardiaca a las ocho de la tarde, desde allí el Equipo 21 se va a su zona asignada: Can Anglada. Al lado del asentamiento de Krasi, Kolio y Roda, al otro lado del torrente, vive como puede una pareja (él español, ella marroquí), pero el hombre ya ha avisado a Hugo de que no vayan. No quiere saber nada, que les dejen en paz: una actitud defensiva difícil de romper para los trabajadores sociales de las UMES (vehículos que cada noche peinan las calles, de diez de la noche a tres de la mañana). Los técnicos saben que el primer paso imprescindible para empezar a trabajar con estas personas es "crear un vínculo". El colegueo.

La dureza de la calle

Maria habla con Rado, que aparenta casi 50 años, pero tiene 36. La vida en la calle y el alcohol (una adicción muy frecuente en este contexto) envejecen, aunque no le hacen perder la sonrisa. Saca algo de dinero haciendo de ´gorrilla´ junto a Ocimax.

Rado, Krasi y Kolio agradecen el ´picnic´ que les traen y responden a las preguntas de los voluntarios: cuánto tiempo llevan en la calle, de dónde sacan los ingresos, si han sufrido robos... Kolio, que a sus 63 años es el veterano del lugar, enseña su biblioteca y sus cuadros: "Soy pintor, hice exposiciones y vino la tele". Enseña también una hernia que le ha salido. Hugo queda impresionado, volverá de día para acompañarlo al médico. El alcohol y la dureza de la intemperie se traducen en multitud de problemas físicos (como cirrosis o infecciones) y mentales.

Al acabar la encuesta, Krasi sigue viendo una película en un ordenador portátil (gracias a la batería: tienen generador pero para la gasolina "hace falta dinero"). Rado quiere hacerse un foto con Chiqui, la perrita del asentamiento, y con Hugo. Para él, los trabajadores y voluntarios de Cruz Roja son "los ángeles de la noche".

El grupo va a comprobar una caseta prefabricada de una obra parada desde 2010 en Can Valero. Creen que allí vive una pareja. Entran por un agujero de la alambrada y se sorprenden al encontrar un asentamiento junto a los pilares del edificio que nunca se construyó: "No lo teníamos controlado".

No hay nadie en ese momento, pero cuando se están yendo llega en su bici M., un argelino sin papeles que cada día va a ducharse a Ca l´Ardiaca: "Claro, ¿cómo vas a abandonar tu vida? No hay que rendirse ni perder la esperanza". No quiere pernoctar en los albergues: "No se puede dormir, mal ambiente".

Hugo, Ioana y Maria ponen rumbo a un iglesia abandonada que no saben si sigue ocupada. Encuentran a una pareja, iluminada con una vela. Ella hace un año que dejó de drogarse y está en tratamiento con metadona. Se fue de casa con 19 años, hoy pasa los 40. Habla mucho de su madre. Y de que quiere aprender informática "para dejar de pelear con el móvil". Ioana le dice que les llame, que en Cruz Roja le pueden dar clases.

Ioana sugiere ir a otro solar del polígono, donde también una vez encontró a gente viviendo. Ella es voluntaria desde 2011. Empezó dos años después de llegar desde su Rumanía natal, donde ya colaboraba con asociaciones altruistas (presidió una). Hugo valora lo bien que les va tener a alguien que sabe rumano entre los voluntarios para hacer de intérprete. Sin conocer el idioma no hay manera de establecer ese necesario vínculo. Ioana explica cómo se indigna cuando habla con compatriotas suyos que ve pidiendo por la calle y le dicen que no quieren trabajar.

El solar está vallado y es de difícil acceso, así que el Equipo 21 desiste y vuelve a Ca l´Ardiaca para dejar allí el Ipad con el que han recogido la información. Es medianoche.

Hay sitios para todos

¿Y ahora que tenemos los datos de esta realidad, qué? En Mallorca hay alrededor de 400 plazas públicas o concertadas en refugios y albergues, como Ca l´Ardiaca, Sa Placeta, o Can Gazà, a las que se suman otras 200 de Cáritas o Cruz Roja. Hay plazas.

Otra cosa es que los ´sin techo´ quieran ir. Las normas de estos centros (aunque sean mínimas) o el mal ambiente hacen que muchos prefieran buscarse la vida para pasar la noche.

Margalida Puigserver, consellera insular de Bienestar y Derechos Sociales, cree que "el modelo de grandes albergues con mucha gente no funciona, está obsoleto". Le gustaría reducir el número de plazas para "dignificarlas" y apostar por pisos y agrupaciones según los perfiles de los usuarios. Anuncia la ampliación de un plan piloto, Housing First, para dar una casa a aquellos que se vieron sin hogar por un golpe de mala suerte pero que aún son "recuperables".

En el IMAS son conscientes de que siempre habrá ´sin techo´. Hay personas que llevan muchos años callejeando y no quieren moverse de dónde están. La reinserción es difícil. En este caso, el reto es darles "un buen acompañamiento". Ahora por ejemplo quieren contratar a más psicólogos para mejorar la atención mental. Muchos de estos náufragos seguirán en la calle hasta al final: el objetivo es que al menos estén lo mejor posible.