Urdangarin va de jornada clave en jornada clave. Después del trago de conocer la sentencia que le condena a seis años y tres meses de cárcel por corrupción, hoy ha tenido que viajar de Suiza a Palma para volver a sentarse ante las juezas y escuchar al fiscal pedir para él prisión provisional, eludible con una fianza de 200.000 euros. La mañana ha sido para él tan intensa como trufada de anécdotas. Con su visita de hoy a la Audiencia de Palma, y tras el paso por los juzgados de vía Alemanya y el juicio en la Escuela Balear de Administraciones Públicas, a Urdangarin no le queda ninguna sede judicial mallorquina por visitar. La próxima parada es el Tribunal Supremo, ya en Madrid, y quien sabe si después le toque tránsito por sede penitenciaria.

El viaje: autobús primero, low cost después.

El marido de la infanta ha vivido su primer choque con la realidad al aterrizar en Palma. El contraste era fuerte: le esperaban cámaras de televisión, micrófonos y un coche todoterreno, el Nissan Juke que le trasladaba escoltado hasta la Audiencia. Antes de eso, Urdangarin había vivido una mañana más en su retiro suizo: el cuñado real salía de su casa solo y a pie y se desplazaba hasta el aeropuerto en bus, antes de embarcar en un avión low cost de la compañía EasyJet. Despegaba así en un vuelo barato rumbo a la Audiencia en la que su abogado ha defendido que no tiene dinero para pagar la fianza. Eso sí, hace poco era noticia por sus últimas vacaciones en la nieve: fue en abril, pero en los Pirineos, no en Aspen como otras veces.

Curiosos VIP y protestas a pie de calle

La expectación que generan tanto Urdangarin como su mujer genera mezclas extrañas. Hoy por delante de la Audiencia de Palma han pasado desde caras tan conocidas como la de Carolina Cerezuela a las de las decenas de trabajadores anónimos que han aprovechado el eco mediático del cuñado real para darle publicidad a su protesta por los despidos de la constructura Cobra.

"Chorizo, chorizo", el particular 23F de Urdangarin

No llega al rango histórico del "todo el mundo al suelo" del golpista Tejero en el Congreso de los Diputados en 1981, pero el 23F de 2017 deja unas cuantas expresiones y exabruptos para el recuerdo. En la calle, recibían a Urdangarin a la voz de "chorizo, chorizo", aunque no por el hambre de la espera de acontecimientos en ayunas, que también, sino por lo segundo que le gritaban: "ladrón, ladrón". Dentro también se escuchó alguna frase digna de pasar a los anales, como las del abogado de Urdangarin defendiendo que el cuñado del Rey Felipe VI, habitual esquiador y navegante de yate, exmedallista olímpico, marido de infanta y empresario condenado por corrupción y residente en la ciudad más cara de Europa, Ginebra, no tiene dinero para pagar la fianza.

Insultos al fiscal Horrach

El caso Noos ha dejado en su largo transcurrir tanto héroes como villanos. Al menos a ojos de la calle, que lo demuestra gritando a pie de acera. Hace unos años se ovacionaba al juez Castro y al fiscal Horrach: era el día en el que la infanta descendió la cuesta de los juzgados de Palma para declarar ante Castro. Después de eso Castro siguió con la proa puesta hacía la infanta, pero Horrach volvió grupas y se alineó con la teoría de la absolución ahora ratificada por las juezas, esa que dice que la infanta no sabía lo que firmaba y aunque se lucraba con su ignorancia no merece más condena. Resultado: el fiscal Horrach era abucheado durante su segunda entrada del día en la Audiencia de Palma.

Urdangarin, registrado

La vida bucólica de Urdangarin en Suiza se ha terminado de desvanecer esta mañana cuando ha llegado al control de seguridad de la Audiencia de Palma. Al marido de la infanta le acompaña su escolta, sí, pero ya no se le abren todas las puertas. Esta Mallorca no es ya la de Matas: hoy Urdangarin tuvo que pasar por el arco de seguridad y someterse al registro policial. No le encontraron nada sospechoso. Quizá se lo encuentren en su próxima parada: el Tribunal Supremo. Antes de eso volverá a la paz que le han concedido las mismas juezas que le condenaron, la de Suiza, hacia donde ha puesto rumbo. Detrás, el bullicio que le despide en Palma del mismo modo que le recibió: al grito de "chorizo".