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Opinión

El nombre

Ahora que los miembros del Consell de Mallorca se han puesto de acuerdo en algo todos ellos, y ese algo consiste en cambiarle el nombre al aeropuerto de Palma, digo yo si no sería cosa de tirar por el camino de la conveniencia. Quitar a un santo para poner a un beato no es negocio, se mire por donde se mire. Menos aún si, por añadidura, el beato en cuestión ha pasado a la historia de los arcanos filosóficos. Y la razón de ser de Son Sant Joan no va de filosofías: consiste en exclusiva en servir de fuente de ingresos, cuantos más mejor.

Es ése el criterio del dueño de verdad de nuestro aeropuerto porque el pronombre posesivo que utilizamos, el de "nuestro", está de sobras. ¿De quien es el negocio más negocio que existe en Mallorca y puede que, en términos relativos, en toda Europa? De AENA. Enaire, la entidad pública designada por el Estado para el suministro de los servicios de tránsito aéreo en las fases de ruta y aproximación „que es lo que dice la información corporativa de su página web„, está de convidado de piedra en este asunto. De no ser así, se entiende mal lo que dice, negro sobre blanco, la información publicada hoy por el Diario de Mallorca sobre los planes de futuro que se ciernen, como las aves carroñeras, sobre Son Sant Joan. Quienes pasan por ser responsables de la seguridad de la navegación aérea, es decir, los de Enaire, no parecen sobresaltarse ante la amenaza de AENA de meter con calzador en el aeropuerto de Palma 80 vuelos cada sesenta minutos durante todas las horas del día y de la noche, en vez de los más de 66 del año pasado que alcanzaron para batir hasta cuatro récords diferentes. Sin contar los dos en verdad importantes, que no aparecen de manera oficial por ningún lado: el récord de recaudación y el de disparates. Lo que genera como beneficio el aeropuerto de Palma no hay forma de que se sepa, quizá porque la privatización y la transparencia son operaciones filosóficas contrapuestas. Y los despropósitos se ocultan por razones evidentes, aunque en realidad da igual. Entendiendo lo que sucede hoy y pensando en que se quiere estirar casi un 21% más la manga, pequeña ya para los brazos gigantescos de 26 millones de turistas, los comentarios incluso sobran.

Son Sant Joan no da siquiera para los abusos de ahora mismo. Se está al límite desde la torre de control hasta los aparcamientos en que los aviones se conectan a los tubos para el pasaje, los llamados finger. La terminal parece en verano la pesadilla de un claustrofóbico, con las muchedumbres que se empujan de un lado a otro. Pero a AENA eso le parece poco y Enaire sonríe y dice que sí moviendo la cabeza. ¿Preocupación para los profesionales? No pequemos de tímidos. Somos todos en la isla los que estamos aterrados con la perspectiva de que nos metan más presión, más consumo de recursos, más basura y más sudor allí donde apenas se cabe ya. ¿Acaso hay que acordarse de las veces en que Palma se ha visto colapsada por los automóviles a la que las nubes apuntaban cuatro gotas?

El problema que tiene que AENA quiera matar la gallina de los huevos de oro a fuerza de apretarle las entrañas es que esa gallina lleva nuestro nombre y apellido. Así que será cosa de pedirle al Consell que no bautice de nuevo al aeropuerto. Pero, si insiste, sugiero que se le llame Donald Trump. Nadie como él, un verdadero lince para los negocios que arruinan a todos los otros.

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