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Opinión

Plagas

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Una plaga, la filoxera, al atacar a los viñedos franceses, fue la responsable del auge de la vid en Mallorca en el último tercio del siglo XIX. De la mano de la oportunidad que suponía exportar uva a Francia aparecieron los establiments, cerrando para siempre la economía mallorquina propia del Antiguo Régimen „que llegó con la conquista de la isla por Jaume I„ y dando paso a un régimen de mercado basado en la nueva clase social de pequeños propietarios de las tierras.

La misma plaga, al infestar Mallorca a principios del siglo XX, arruinó por completo la prosperidad económica tan relativa como efímera. La hambruna asoló la isla hasta el extremo de que pueblos enteros, como Andratx, se vieron casi abandonados. Fue entonces cuando los expertos comenzaron a plantearse qué cultivos podrían sustituir a los viñedos maltrechos. Al cabo fue el almendro el que, poco antes de la aparición del turismo de masas, dio paso a un segundo momento de riqueza.

No deja de ser paradójico que el almendro se vea amenazado ahora también por la ruina y de nuevo a causa de una plaga o, mejor dicho, de una combinación de microorganismos: el hongo de la madera y la bacteria Xilleya fastidiosa. Aunque lo cierto es que llueve sobre mojado porque la extensión absoluta de los almendros, causante de la imagen bellísima de una Mallorca blanca a finales del mes de enero, ha ido retrocediendo desde las 57.000 hectáreas de hace una década a las 15.800 actuales de árboles en producción.

No habrá una segunda hambruna derivada del declive del almendro porque nuestra economía ya no tiene en la agricultura su principal sostén y, por ello, podríamos cometer el error de contemplar con indiferencia el que los árboles de flor blanca desaparezcan. Sería en realidad una maldición por muchas razones entre las que la nostalgia no es la principal. Solemos caer en la trampa de imaginar que el sol, el sexo y el alcohol son los principales reclamos del turismo cuando sólo lo son respecto del que es mejor no tener. El turista de calidad por el que se suspira desde la época misma en que el almendro era el rey necesita de otros atractivos que abundan, desde luego, en Mallorca pero hay que cuidar.

Siempre que alguien con sensibilidad llega a nuestra isla tarda poco en volver la mirada hacia el interior luego de que las muchedumbres de las playas le hagan huir por piernas. Los almendrales forman parte de ese encanto que no se encuentra en cualquier lado. Pueden también servir para reflexionar: ¿qué habría sucedido de no forzarse la destrucción de la isla que comenzó en los años 70 del siglo pasado, de mantenerse la economía agrícola basada en buena parte en el cultivo de la almendra? Sólo cabe especular a tal respecto pero, desde luego, el tópico de que no habría árboles suficientes en la isla para ahorcarse es absurdo. No estaríamos, desde luego, peor que regiones muy deprimidas en la España de mediados del siglo pasado, como Extremadura, y hay que ver cómo están esos mismos lugares hoy pese a no haber contado con turismo alguno.

Lo peor, para mí, de que los almendros desparezcan es que con ellos se esfuma una salida magnífica. La misma salida que ha llevado al auge extendido del vino un siglo después de que la filoxera arruinase nuestros viñedos.

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