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Opinión

¿Hasta cuándo se puede sacar jugo al limón?

El alquiler turístico ha llegado para quedarse. Eso es una realidad incuestionable. A ningún propietario de un piso se le puede reprochar que prefiera sacar una rentabilidad cinco veces superior cediéndolo por semanas a turistas que dedicándolo al alquiler convencional. Además, se ha convertido en un elemento de dinamización económica, como prueba el auge en la creación de empresas en el sector.

Pero ojo, haríamos bien en no dejarnos deslumbrar por ese poderoso caballero, que al natural destierra y hace propio al forastero, como escribió Quevedo.

¿Qué tenemos, aparte de un filón para los propietarios que pueden alquilar un piso a turistas? En primer lugar, un destino turístico abarrotado. Los visitantes se encuentran con atascos, colas, y un entorno que dista mucho de ser paradisiaco: por muy bonito que sea es Trenc, un paraíso deja de serlo cuanto tienes que compartir un metro cuadrado de arena con un desconocido. En segundo lugar, y no menos importante, hay que calibrar los efectos del abarrote en la población indígena. Los mallorquines han sido considerados tradicionalmente un pueblo acogedor. Aquellos primeros turistas de los años sesenta se quedaban prendados de la simpatía de los isleños, que salvaban con una sonrisa las dificultaddes idiomáticas. Eso se está acabando. El verano pasado aparecieron las pintadas contra los turistas, pero la cosa no se limita a la actuación aislada de cuatro indocumentados. Cada vez más residentes que perciben la avalancha turística como algo excesivo, que les afecta directamente en su calidad de vida.

¿Y qué se puede hacer? Pues difícil lo tenemos para solucionarlo. Mucho me temo que las iniciativas del Govern quedarán en agua de borrajas, y que será el propio mercado, los turistas hastiados principalmente, los que pongan el límite. La cuestión será si empresarios y residentes en general somos capaces de exprimir la gallina de los huevos de oro sin matarla.

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