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Entrevista

Manuel Arias Maldonado: "Para ser fascista a Trump todavía le faltan algunas cosas... o tiempo"

"La historia enseña que los temores pueden ser fundados, pero tenemos instituciones más fuertes y memoria"

Manuel Arias Maldonado presentará mañana en Palma 'La democracia sentimental'.

Manuel Arias (Málaga, 1974), profesor de Ciencia Política en la Universidad de Málaga, acumula una amplia labor investigadora en varias universidades sobre democracia deliberativa, liberalismo o movimientos sociales globales. Su último ensayo, La democracia sentimental, llega en el momento oportuno, con el ascenso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos y la preocupación por el auge de los fascismos. En él, incide en el peso de las emociones en el proceso político para entender lo que está ocurriendo.

-El título de su libro, "La democracia sentimental. Política y emociones en el Siglo XXI", es casi en sí mismo toda una declaración. ¿Dónde queda la razón como sujetos políticos?

-Es una de las preguntas a las que trata de responder el libro. El ideal ilustrado es el de un individuo racional. En los últimos años los descubrimientos neurocientíficos y el giro afectivo en las ciencias sociales han dejado claro el peso de lo afectivo y eso está teniendo una plasmación en la realidad política. Hay muchos aspectos que indican que la autonomía de la persona es mucho menor de lo que se creía, lo que nos lleva a la necesidad de reconstruir el principio de autonomía. Si a través de la razón vemos que no somos tan racionales, no perdemos racionalidad, ganamos capacidad de introspección. Claro que eso exige un esfuerzo.

-Usted habla del sujeto postsoberano y nos referimos a nuestra época como la de la "postverdad", cuando quizá eso es solo una manera de llamar a lo que siempre ha existido, la mentira.

-Los postismos son un poco producto del mercado de las ideas, de la necesidad de llamar la atención. Es cierto que en política siempre ha existido la mentira, pero en todo eso hay elementos novedosos. Por ejemplo, un factor clave es la digitalización, el auge de las redes sociales en las que todos opinan y el que más participa es el más motivado y el que más demagogia usa. La capacidad de difundir falsas verdades o medias verdades aumenta. A eso se añade que nos unimos a los que piensan igual que nosotros y nos alejamos del resto. La psicología nos dice que la percepción de la realidad política está teñida de afectos. En tiempos de crisis, el líder carismático, ese que nos recuerda a la figura del rebelde, recibe el aplauso emocional.

-¿Trump es populista, demagogo o directamente fascista?

-Trump es un populista y un demágogo. Para ser fascista le faltan todavía algunas cosas... o tiempo. Ya veremos. Ha llegado al poder democráticamente. Otra cosa es que desde el poder se dedique a destruir la democracia.

-¿Hay motivos para temer que se repita lo peor de la historia?

-La historia nos enseña que todos los temores pueden estar fundados. La diferencia con los años 30 es que tenemos instituciones más fuertes y memoria de lo que ocurrió con utopías populistas. Las manifestaciones en Estados Unidos contra Trump demuestran que hay valores más extendidos, con una sociedad civil más capaz de movilizarse. Ya veremos si el sistema es capaz de frenar lo que no es democrático.

-No es sólo Trump. El fascismo crece en varios países europeos.

-Hay signos inquietantes, pero pensar que estamos como en los años 30 es difícil. La economía se está recuperando. Es cierto que la recesión ha sido formidable. Lo que pasa es que las medidas que permiten el crecimiento económico y el descenso del paro son impopulares.

-¿No sería un antídoto contra los fascismos el que esa recuperación llegara de forma más equilibrada a toda la sociedad? La brecha entre los que más tienen y los que menos ha aumentado.

-Pero mire por ejemplo Francia. El 57% de su gasto público es para políticas sociales. Sin embargo, los franceses están dispuestos a votar a Le Pen. En España, los segmentos sociales más desfavorecidos siguen votando al PSOE, no se han ido con Podemos.

-Usted ha escrito que el eje izquierda/derecha está siendo reemplazado por el eje globalismo/nacionalismo. ¿Las ideologías han muerto?

-No. Ni han muerto ni pueden morir porque son atajos cognitivos que permiten explicar un mundo complejo y nos aportan cercanías afectivas. Pero sí hay una confusión creciente. Por ejemplo, Trump hace lo que parte de la izquierda defiende, un mayor control de la política sobre la economía. El populismo de izquierdas converge con Trump en algunas cosas. En otras, evidentemente no.

-¿Qué es un "ironista melancólico", al que usted defiende como la solución?

-Es aquel capaz de distanciarse de sus creencias, que no cree tener la verdad absoluta. Es melancólico porque entiende que la política no soluciona la vida, que siempre será insatisfactoria.

-¿Hacia dónde cree que se dirige España políticamente?

-Creo que dependerá mucho de lo que ocurra con el PSOE. Una hipotética victoria de Pedro Sánchez en las primarias complicaría la estabilidad y también la solución al problema catalán. En todo caso, creo que nos esperan años de victorias del centro derecha a las que una izquierda fragmentada no podrá dar respuesta. Además, la sociedad española no ha aprendido nada de la crisis. Mire por ejemplo lo que ocurre con las pensiones. Los pensionistas no han sufrido la crisis tanto como los jóvenes, pero cada vez que se habla de introducir cambios hay un rechazo. Hay cosas que no pueden ser, pero no nos gusta hablar de eso. Podemos, por ejemplo, dice a la gente lo que quiere oir.

-¿Los demás partidos no lo hacen?

-Sí, también. Pero se suponía que Podemos no haría las mismas cosas.

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