Eran profesores de un colegio con renombre y solera. Daban sus clases, cubrían su horario, cobraban cada mes. Tenían un puesto estable y seguro. Pero decidieron dinamitar todo aquel confort para perseguir un ideal: el de que otra educación, innovadora y abierta al mundo, era posible.

Lo persiguieron y lo alcanzaron: el CIDE arrancó su actividad el curso 1966-1967 con 500 alumnos y hoy cumple 50 años, supera los 2.000 estudiantes y sigue incorporando nuevas metodologías de aprendizaje. Toda la historia y filosofía del Colegio Internacional de Educación ha quedado resumida en el libro CIDE: 50 anys d´il·lusió, que se presenta mañana en el CaixaForum.

El autor del volumen, Miquel Horrach, se refiere a los impulsores del proyecto como "los seis magníficos": Alfredo Gómez, Bernardo Monterrubio, Josep Pla, Antoni Serra, Miquel Timoner y Guillem Estarellas. Este último, quien ocupó la dirección desde 1966 hasta 1981, fue el "espíritu inqueto" cuyo entusiasmo y energía acabó contagiando a los demás.

No fue fácil. Hizo falta mucho sacrificio durante los primeros años de funcionamiento: meses sin cobrar la nómina, hora de entrada "pero no de salida", visitas de obra, cabos sueltos... No fue fácil, pero "la ilusión" (palabra clave que todos los vinculados con el proyecto acaban mencionando en algún momento) ganó la batalla. Damià Sastre, uno de los integrantes del primer claustro, lo resume muy bien en una declaración recogida en el libro de Horrach: "Mira que estábamos bien allá [en el Luis Vives]. Cobrábamos cada mes, muy bien tratados, un trabajo estable... pero el poder de convicción de aquel hombre [Estarellas] fue imparable. Nos convenció a todos".

De la comodidad a la aventura. Había que crear una gran escuela de cero. Y todos hacían de todo. La mujer de Sastre, Frasquita Calafat, también fue integrante inicial de la plantilla y recuerda esos inicios ´multitarea´: "Hacíamos nuestras clases y después, cada día, me había de ocupar de ir a hacer ruta con los autocares, acompañando a los alumnos y después a nuestros hijos: los días eran interminables".

Sastre, Calafat y Timoner hablan sobre estos principios en los que no cobraban cada mes y se llevaban lo más básico cada día del economato del centro para poder llegar a fin de mes. "No sé si hoy eso sería posible", opina Timoner. Sastre concluye: "La gente no es como antes, ahora no lo harían".

De cara a la sociedad mallorquina de la época -con un boom turístico aún en despegue-, Monterrubio, otro de los pioneros, también recuerda que el inicio fue complicado: "Como suele suceder con cualquier iniciativa innovadora que puede alterar el statu quo, el proyecto fue percibido como una amenaza por los sectores más conservadores (...), al menos durante la primera década el colegio se desarrolló en un ambiente de clara hostilidad".

Como muestra, el profesor da un dato: "Cuando en 1975 nos atrevimos a impartir la enseñanza mixta [en la misma clase: el centro tuvo alumnos y alumnas desde el principio, aunque en aulas separadas hasta 1975 porque la ley así lo marcaba], la Administración educativa nos castigó con la suspensión del reconocimiento oficial durante un curso".

¿Qué tipo de educación perseguían? Era un "cambio de paradigma". Además de escolarizar a chicas y chicas, se dio importancia a las lenguas (desde el Parvulario), al deporte, a los valores medioambientales (de hecho, por eso el color inicial del edificio fue verde), las salidas culturales y excursiones para abrirse al mundo y aprender por la experiencia...

El ideario inicial recoge como "única finalidad" del colegio usar "todos los cauces instructivos para conseguir la educación integral (...) Conseguir al ´hombre realidad´ partiendo del ´alumno posibilidad".

"Mostrar el mundo"

Ahora asistimos a un momento de eclosión de movimientos de innovación pedagógica (basta mirar el auge de colegios privados que están abriendo sus puertas en Mallorca haciendo bandera de nuevas metodologías) y en este contexto llama la atención que 50 años atrás los "seis magníficos" del CIDE ya apostaban por maestros que fueran más allá de ser "simples transmisores de conocimientos". Profesionales "capaces de mostrar el mundo nuevo que se abre a los ojos de los alumnos".

Ilustrativo es el eslogan que se utilizó para dar publicidad al centro: Un colegio en Mallorca a nivel europeo. Así se difundía en la modesta oficina informativa que ubicaron en la calle Sant Miquel de Palma antes de la apertura de las clases. Timoner subraya que el nombre de Colegio Internacional de Educación no es casual: "Era para que quedase claro que estábamos abiertos a todos, principalmente porque habíamos detectado que había una pujante colonia extranjera que venía a vivir a Palma". Por ello también se dio tanta importancia a la enseñanza de lenguas extranjeras "cuando aún no era tan habitual".

No solo el ideario perseguía algo diferente. La fórmula empresarial que se eligió para el CIDE también era una declaración de intenciones: una cooperativa. Jaume Perelló es el actual director -este año se jubila tras más más de 40 años vinculado al centro- y razona que el hecho de ser socio además de profesor "te hace sentir que el trabajo es tu casa, aprecias más el trabajo que haces, y eso siempre da mejores resultados".

El colegio CIDE celebra 50 años

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Más trabajo, más motivación

Jaume Perelló destaca que el modelo cooperativo aplicado a los centros de enseñanza es "muy agradable" y puede suponer más entrega y trabajo en un momento dado, pero se hace porque hay "otros elementos motivadores" más allá de lo material. "Nos sentimos más realizados", asegura. Eso sí: más realización supone más implicación, en todos los sentidos (al principio, también en el económico). El director recuerda que cuando él empezó a trabajar en el CIDE, cinco años después de su inauguración, se había de hacer una aportación de 300.000 pesetas: "¡Un dineral!" Nunca se ha arrepentido de la decisión que tomó al decantarse por el CIDE y descartar otras ofertas.

La ubicación

Otra apuesta arriesgada de "los seis magníficos" (y muy comentada en su momento) fue la ubicación elegida, en la finca de Son Xigala, en el entonces extrarradio de Palma.

Hoy la barriada de Son Rapinya es una importante zona residencial de Ciutat, pero cuando estos docentes decidieron poner allí los cimientos no había ni casas ni carretera: todo aquello era campo (perfecto para favorecer el contacto con la naturaleza, que era otro de los objetivos del centro).

El CIDE podría considerarse entonces el ´kilómetro cero´ de la hoy conocida como ´zona colegios´. Ellos fueron los primeros en llegar. Les vendió los terrenos a bajo precio el arquitecto Rafael Llabrés, que se encargó de la obra.

Al estar en una zona deshabitada y sin tráfico, no se construyeron ni vallas ni muros: los alumnos del CIDE tuvieron así durante muchos años el patio más grande posible: el campo.

Cuando la zona se empezó a urbanizar y el tráfico aumentó, no quedó otra que cerrar el recinto, decisión que tuvo su polémica en su momento.

En aquellas primeras décadas el colegio contaba con un pensionado, una fórmula que estaba muy de moda en los centros educativos europeos.

En el CIDE el pensionado era una opción que facilitaba la vida a los estudiantes de la Part Forana, en un momento en que el transporte y las carreteras no eran como las de ahora. Funcionó hasta principios de los años 80. Poco antes, a mediados de los 70, el centro había pasado a ser concertado.

"Es un orgullo"

En la actualidad, el Centro Internacional de Educación es la cooperativa de enseñanza más antigua de España y tiene 150 socios, incluyendo al director, personal docente, administrativo, de cocina...

Toni Ruiz es responsable de un comedor que sirve al día 1.220 menús. Lleva 33 años trabajando en el CIDE y asegura: "Es un orgullo ser a la vez empleado y empresario, contribuyendo a diario con mi trabajo a que la escuela avance, con la impresión de que lo hacemos mejor cada día". Cierra su declaración con el sentimiento más repetido entre los entrevistados ya que Ruiz asegura que, en todo este tiempo, no ha perdido "ni un gramo de ilusión".