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La fiesta en paz

La gran estafa de las subcontratas

La subcontratación tiene sentido cuando la empresa que se adjudica un trabajo público o privado...

El Yak 42, el efecto trágico de las subcontratas. efe

La subcontratación tiene sentido cuando la empresa que se adjudica un trabajo público o privado carece de capacidad, experiencia o medios para ejecutar uno o varios tramos del proyecto. Es lo que establece la Ley 32/2006 cuando se refiere a partes o unidades de obra como objeto de cesión a otra compañía. Nunca la totalidad.

Por contra, la subcontrata supone una estafa en toda regla cuando su objetivo es abaratar en cascada el presupuesto y, generalmente, la calidad.

La dura realidad nos ha recordado en las últimas semanas varios ejemplos de degradación del sentido de las subcontratas. Son métodos que en ocasiones, no siempre, se ajustan a la legalidad, pero son de una ética más que dudosa. Además, generalmente traen asociadas nefastas consecuencias.

El Yak que se estrelló hace trece años en el monte Pilav de Turquía mató a 62 militares españoles. Ellos pensaban encontrarse a salvo después de trabajar peligrosamente durante seis meses en Afganistán. El avión en el que volaban era la quinta subcontrata del proceso abierto por el entonces ministro Federico Trillo.

Entre la adjudicación inicial y la prestación real del servicio, el precio se había quedado reducido a menos de una tercera parte. De 149.000 euros que pagaba Defensa, a 38.500 que recibía la compañía que fletaba el avión. Una rebaja que no beneficiaba al bolsillo de los españoles, sino a cuatro intermediarios que percibieron una considerable cantidad de dinero sin una contraprestación real.

Otra historia. Diario de Mallorca informaba el pasado 6 de enero sobre reformas que se contratan con constructoras solventes y acaban en empresas fantasma. La corrupción del sistema, incluso la corrupción del capitalismo, comienza cuando estas compañías de relumbrón, pero en ocasiones sin un solo albañil en sus plantillas, buscan otras más oscuras para que se hagan cargo de los trabajos. Por supuesto, en cada paso hay que reducir los costes porque cada uno de los implicados se queda con parte del pastel.

Como contaba Alberto Magro, al final puede ocurrir -es un decir, realmente ocurrió- que las reformas acabe haciéndolas la empresa de un paquistaní, sin experiencia ni patrimonio conocidos, que contrata a obreros chinos. Les paga -es un decir, porque al final se marchó sin pagar- por debajo de lo que marca el convenio. Les obliga a trabajar hasta 70 horas semanales -es un decir, porque no se trata de un empleo sino de esclavitud pura y dura-. Y, fin de la historia, se larga a un destino desconocido supuestamente con los salarios de sus empleados.

Algunas cadenas de subcontratas suponen una estafa para los empleados y para el conjunto de los ciudadanos. Por supuesto, el ladrón que se dio a la fuga no pagó a Hacienda ni a la Seguridad Social. Además, el Estado acabará haciéndose cargo de los sueldos no abonados a través del Fondo de Garantía Salarial.

Las subcontrataciones se prodigan en el transporte, en la hostelería -aunque el convenio balear las acotó bastante-, en las telecomunicaciones... Incluso en el propio Govern de izquierdas, donde los sindicatos no se cansan de denunciarlas en servicios de limpieza como, por ejemplo, los de los hospitales públicos... casi siempre con el objetivo de pagar por debajo y trabajar por encima del convenio.

Puede afirmarse que la subcontratación masiva es una estafa radical. Si el servicio se presta sin merma de la calidad pactada se toma el pelo al empresario o al Estado, que probablemente ha pagado tres veces más que el coste real. Probablemente para que en el organismo correspondiente de la Administración alguien saque tajada. A la farsa habría que sumar una malversación de fondos públicos en el caso de gobiernos, consells o ayuntamientos.

Aun sin sobornos, si el abaratamiento del precio va acompañado de una merma en la calidad, también se trata de un timo. Se paga mucho más de lo que se recibe. Y, a veces, la codicia aboca a un final trágico. Como en el caso del Yak 42.

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