He visto a Gabriel Escarrer junto a Soeharto en Bali. Se saltaba el protocolo, para coger del brazo al inmutable dictador indonesio. Al frente de la comitiva, el hotelero mallorquín conducía al jefe de Estado en un paso de baile por las lujosas estancias sin muros de su primer establecimiento en Asia, sobre la playa balinesa de Nusa Dua. Se mostraría igualmente irresistible para seducir a Fidel Castro y penetrar en Cuba. O para deslumbrar a Felipe González y quedarse con los hoteles de la fauna de Ruiz Mateos. Un vendedor irresistible.

Escarrer es el símbolo del turismo de masas que Mallorca le ha regalado al mundo desde el Mediterráneo, el Caribe o el Índico. Encabeza la liga de los Barceló, Fluxá, Matutes o Ramis. En Bali, el abogado Damián Barceló me asegura que el fundador de Meliá iguala a Juan March. Son palabras mayores. Decenas de empresarios y aventureros mallorquines se han despedido en el último siglo de sus padres al grito de "voy a ser más rico que March". Un médico local aseguraba haberlo conseguido.

El banquero mallorquín tenía a Churchill de su lado, y ganó una guerra de las de antes. O dos, si añadimos la Mundial a la Civil. Escarrer casi ha alcanzado a Juan March, es quien más se le ha aproximado. De conserje a presidente, ha sido un campeón del micromanagement, de la gestión con las manos sobre el producto, de las visitas inesperadas a los hoteles de madrugada para comprobar sin previo aviso el estado de las habitaciones. Un obseso del control, por agotar la nomenclatura que su hijo y un día heredero Sebastián Escarrer Jaume absorbió en la selecta Wharton School norteamericana.

Su implicación absoluta no desdeñaba el arrebato. Escarrer fue seguidor de March en su indignación primeriza, reconciliación posterior y enemistad definitiva con Emilio Botín. Lo firmaba en artículos en prensa, un acordeón al ritmo del estrangulamiento que imponía el Santander a sus empresas.

El liderazgo absoluto de Escarrer define la magnitud de un imperio donde nunca se pone el Sol. También presenta un inconveniente de manual, la sucesión. He estado entre Sebastián Escarrer y Simón Pedro Barceló, hijo y sucesor de Gabriel Barceló. Me tocaba el papel de moderador, se dispensaban esa rivalidad sin aristas que tantos beneficios ha propiciado al sector hotelero. En privado, Escarrer junior se dirige a Barceló junior:

-Enhorabuena por el ascenso a copresidente.

-Enhorabuena también a ti, porque te han promocionado.

-Sí, pero yo soy solo vicepresidente.

Un resquemor que tendría consecuencias. A diferencia de Gabriel Barceló, Gabriel Escarrer padre se ataba a la presidencia. Los empresarios de su estirpe, en la línea de Rupert Murdoch o del Sumner Redstone de Viacom, no se jubilan jamás. Se produce así el gran desgarro familiar, la destitución del heredero in péctore Sebastián para sustituirlo por su hermano Gabriel.

El empresario reconoce que fue su decisión más dolorosa. Me la contó con un nudo en la garganta. No fue un golpe palaciego. El veredicto del patriarca llegó tras consultar a todos su colaboradores, 360 grados, un veredicto casi asambleario. La inmensa mayoría prefirió la inmediatez de Gabriel hijo sobre la distancia de laboratorio de Sebastián. El presidente obró en consecuencia.

En el último capítulo hasta la fecha de su apartamiento infinito, el fundador de Meliá se desplaza a la posición honorífica de chairman of the board, pero sin ceder la condición presidencial a su hijo y principal ejecutivo o CEO. Cuesta desvincularse, si se recuerda que Escarrer se construye una mansión junto a Son Vida pero prefiere dormir en su piso del Paseo Marítimo, entre sus hoteles. Los líderes intuitivos del turismo entregan el testigo a sus hijos, ya no tan jóvenes pero sobradamente preparados. El negocio debe continuar, con un interrogante, ¿cuánto ha influido la muerte de Castro en la retirada de Escarrer?