Hace 140 años un Fluxà, el primero de la saga, se lanzó a la aventura de cruzar los océanos del siglo XIX y vender en las colonias del Caribe calzado de Inca. La historia de ese emprendedor empresarial y existencial la contaba ayer uno de los tres nietos visionarios de aquel Fluxà visionario, Miguel, quizá el Fluxà más internacional de la saga, el que ha construido un imperio hotelero tanto en Mallorca como en aquel Caribe que exploró su abuelo vendiendo zapatos. Se completa un viaje de ida y vuelta en el que la isla y los Fluxà han crecido juntos.

Casi 140 años han pasado desde aquel 1877 en el que se fundó la primera factoría de la familia, un viaje apasionante que recordó ayer el líder de la tercera generación, esa que normalmente quiebra el negocio familiar, bromeaba Miguel Fluxà: "Mi abuelo fue un hombre inquieto y excepcional, al que siguió mi padre, mi maestro y el de mis dos hermanos; y ahora ya vamos con éxito a por la cuarta generación. Se dice que la primera generación crea la empresa, la segunda la impulsa y la tercera la destruye, pero a la tercera no se nos ha dado mal. Y los que vienen, la cuarta, la quinta y las que sigan engrandecerán la casa", contaba Fluxà en su discurso entre amigos, como se refiere a esos empleados que, dice, su padre y su abuelo les enseñaron a cuidar.

Ahora en Iberostar pagan 23.700 nóminas cada mes. Muchas. Tantas que con las de Camper y Lottusse, las empresas de calzado y moda de los hermanos de Miguel (Llorenç y Antonio Fluxà), suman tantos empleados como ciudadanos hay en Inca. Lo recordaba con orgullo el presidente de Iberostar, en un discurso en el que el humor le ganó a la nostalgia, salvo en el momento más emotivo, como ocurre tantas veces con los buenos discursos: Miguel Fluxà se emocionó hasta la lágrima cuando recordó a su hermano fallecido hace ahora un año, Antonio Fluxà, o Don Antonio, como lo conocen aún hoy en Inca. "Era un hombre muy querido en el pueblo. Están aquí sus hijos. Un hombre bondadoso, íntimamente ligado a Inca. Iba al fútbol a ver al Constancia y gritaba como el que más", bromeaba Fluxá, alimentando a la vez sus propias lágrimas y el aplauso más cálido del día.

Estaba entre amigos, claro. Y en Inca, dónde si no: los Fluxà escogieron la restaurada Fábrica Ramis, en el centro de Inca, para convertirla durante unos días en capital de ese turismo mallorquín que Iberostar y otras cuantas cadenas de éxito de la isla han hecho global. En el pueblo que vio nacer al grupo de los hoteles y los zapatos se reúnen estos días 240 ejecutivos llegados de 16 países distintos, todos en los que Iberostar explota un negocio cimentado, dice Fluxà, sobre el espíritu original de la saga familiar, "la humildad y el cariño a los trabajadores y a Inca" que inculcó a todos sus descendientes aquel abuelo Fluxà que inició la estirpe: "Estamos creciendo de forma sana. Tenemos más de cien hoteles en todo el mundo pero seguimos con cariño y comunicación, que no se pierden pese a ser una multinacional. Lo más importante es el equipo humano, 23.700 empleados, una satisfacción muy grande. Seguiremos creciendo", prometía Fluxà, acompañado por sus hijas, su mujer, su hermano Llorenç, y sus sobrinos y herederos de Antonio Fluxà y de Lottusse.

También le arropaban dos socios y amigos sin los que Iberostar no sería lo que es: José Luis Mendez y Wolfgang Besser, antiguo primer ejecutivo de Neckermann (Thomas Cook), touroperador que ayudó a impulsar Iberostar cuando los bancos no creían en los hoteles. Hoy lo hacen los bancos y todos: allí estaban los políticos, con la presidenta balear, la delegada del Gobierno, y el alcalde de Inca como portavoces de una sociedad que a veces, como ayer hicieron Francina Armengol, María Salom y Virgilio Moreno, paga con cariño y respeto a quienes compartieron con Mallorca sus visiones de éxito. Que siguen vivas: los Fluxà ya tienen una cuarta generación.