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Adiós a una figura histórica

La invasión mallorquina de Cuba

En el país caribeño, más lejos de Dios y más cerca de EE UU que el propio México, los mallorquines supieron adaptarse a la perfección: no tuvieron problemas para actuar como capitalistas en el reino comunista de Castro

El fallecido Fidel Castro y el mallorquín Gabriel Escarrer, durante una de las inauguraciones de hoteles de la cadena en Cuba.

La frenética actividad de los operarios del aeropuerto José Martí de La Habana sorprendió a aquel empresario mallorquín que a finales de los años 80 frecuentaba Cuba. Estaba acostumbrado a la parsimonia de los nativos y las prisas de aquel día no encajaban en la visión que se había formado del país. Minutos después descubrió la causa de tanto ajetreo: Fidel -en la isla no era necesario pronunciar el apellido- se disponía a recibir a un mandatario ruso, el aeropuerto iba a ser cerrado y los vuelos que no estuvieran embarcados se quedarían varias horas en tierra.

El mallorquín ya lo sabía, pero recibió una lección añadida: en el país caribeño, que estaba más lejos de Dios y casi más cerca de EE UU que el propio México, el universo giraba en torno a Castro. Los mallorquines supieron adaptarse a la perfección. No tuvieron problemas para actuar como capitalistas en el reino comunista de Castro.

A finales de los años 80 del siglo pasado, los isleños mediterráneos volvieron a cruzar el Atlántico para instalarse en la isla del Caribe. A principios de siglo XX emigraban huyendo de la miseria de Mallorca. Això és l'Havana és una expresión corriente para explicar que se ha alcanzado algo parecido al paraíso. Batabanó, en la provincia de la capital cubana, se llenó de apellidos como Calafat, Pujol, Terrades, Ros, Alemany... Muchos de ellos procedían de Andratx y reinaban en las cocinas de los hoteles más prestigiosos.

Setenta años después se presentaban como unos triunfadores que explicaban a los cubanos el modo de explotar turísticamente sus magníficas playas. La invasión mallorquina de Cuba no llegó por Cochinos, sino por el aeropuerto y en traje y corbata.

De Royaltur a Sol

Contra la opinión generalizada de que Escarrer fue el pionero entre los baleares, lo cierto es que se le adelantó la cadena Royaltur a mediados de los años 80. La diferencia es que solo actuó como asesora en materia turística del Gobierno cubano sin invertir directamente en los hoteles de la zona.

Gabriel Escarrer fue el primero en poner su marca, Sol, en hoteles cubanos a finales de los años 80. Comenzó con el Sol Palmeras, le siguieron el Meliá Varadero y el Meliá Las Américas, y así hasta llegar a los 28 que el grupo tiene en la actualidad en la isla. Las fotografías del hotelero junto al dictador comunista se hicieron icónicas. En cada inauguración de un hotel se veía la imagen del barbudo vestido con su sempiterno uniforme color caqui y su gorra junto a un impecablemente trajeado Escarrer, inmune a los calores caribeños.

Las fotos, y las inversiones, trajeron más de un quebradero de cabeza al hotelero. Se situó en el punto de mira de los defensores del boicot de EE UU a quienes hacían negocios en la isla. La Ley Helms-Burton pretendía castigar a los empresarios implantados en Cuba y las amenazas yanquis se sucedían. Se trataba de una norma muy controvertida desde el punto de vista del derecho internacional porque, de hecho, suponía una injerencia en asuntos de países terceros.

Sol sobrevivió a las presiones americanas. Años después, la cadena fue secundada por otros hoteleros mallorquines como los Fluxà, los Riu o los Barceló. Han pasado casi tres décadas y Escarrer ha visto como con Obama se han derrumbado las tesis de quienes propiciaban el aislamiento. Estadounidenses y cubanos han reanudado relaciones diplomáticas y comerciales. Con la mirada puesta en el futuro, los empresarios temen más las políticas que pueda aplicar Donald Trump que la sucesión cubana tras la desaparición de los Castro.

Ángel Palomino, que a principios de los años 90 era director de la división internacional de Sol, tenía claro que se trataba de "un destino muy atractivo para europeos y canadienses". Gabriel Perelló, de la empresa de servicios hoteleros Friusa, había seguido primero a Royaltur y después a Sol en su aventura cubana y tenía una visión más amplia del futuro: "Un día llegará la gran eclosión económica, a los americanos no les gusta Santo Domingo y su destino natural es Cuba". Los hoteles cubanos se llenaron con los mostradores para bufés que diseñaba y fabricaba Friusa.

Los otros negocios

Los hoteleros fueron la punta de lanza y la cara más visible de la inversión mallorquina en Cuba durante el primer proceso de tímida apertura económica, pero no los únicos. A rebufo del mundo del turismo llegaron otros empresarios. El último miércoles de cada mes en casa del agregado comercial de España se celebraba una reunión con los españoles. Acudían unos 30 y un tercio de ellos eran isleños. De largo los más numerosos.

Los negocios que abrían eran variados y en ocasiones hasta sorprendentes. Por ejemplo, Domingo Muñoz introdujo en la isla caribeña máquinas expendedoras de botellas del símbolo del imperialismo yanqui: la Coca Cola. Estaba claro que los turistas no iban a consumir la imbebible Tropicola que fabricaba el régimen y había que proporcionarles el refresco del gusto al que estaban acostumbrados.

Un exsenador menorquín del PSOE, Antoni Villalonga, creó junto a Kim Vivó una empresa dedicada a la marroquinería y el calzado. Los hermanos Juan y Antonio Berga participaban en la empresa mixta hispano-cubana Publifot. Fotografiaban a los turistas en La Habana y Varadero y les vendían las imágenes de su estancia en el cabaret Tropicana o en la playa.

Los problemas

Quienes conocieron los antiguos regímenes comunistas europeos y Cuba sabían que en ambos casos se aplicaba la represión contra los disidentes y que no se toleraban las voces críticas. Sin embargo, también resaltaban las diferencias entre los comunismos de los dos continentes. Los habitantes de los países de detrás del telón de acero eran grises y tristes. En Cuba reinaban el color, el calor y la alegría.

Las anécdotas sobre las relaciones entre empresarios mallorquines y autoridades y nativos cubanos podrían llenar un libro. Algunos de los supuestos emprendedores dedicaban más tiempo a los placeres terrenales que al cuidado de sus negocios. Creían haber descubierto la versión moderna de Sodoma y Gomorra. El personal era otra causa de preocupación. Había quien sostenía que "lo que en Mallorca hace un trabajador, en Cuba hay que repartirlo entre cuatro". Otros presumían de tener ingenieros industriales en puestos que necesitaban poca cualificación.

Uno de los mallorquines contaba sus penurias con los suministros. Nunca tenía gasolina suficiente para los desplazamientos de la empresa. Al final un empleado comunicó que con dólares podrían tener todo el combustible necesario y cumplió sobradamente su compromiso. Cuando le preguntaron dónde lo conseguía explicó que en el Obispado de La Habana. La Iglesia disponía de un cupo que excedía sus necesidades y lo ponía en el mercado negro a cambio de dólares verdes. Así era la Cuba de la planificación comunista cuando los mallorquines aterrizaron para hacer negocio. Se adaptaron sin problemas.

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