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La fiesta en paz

Bauzá, el 'jarrón chino' del PP Balear

Bauzá ya no cuenta ni con fieles como Gómez. guiillem bosch

Felipe González comparó a los expresidentes del Gobierno con jarrones chinos. Son lucidos, frágiles y no se sabe muy bien dónde colocarlos. O lo que es lo mismo, estorban. El propio político socialista encaja como guante de seda en su atinada descripción.

Su presencia en los consejos de administración, algunas de sus amistades peligrosas y su tendencia a hablar en el momento más inoportuno han generado incomodidad en el Partido Socialista Obrero Español. Al menos en una parte de él. Y si no, que le pregunten a Pedro Sánchez, que no solo fue molestado, sino decapitado. Sin guillotina, pero sí con una frase de su correligionario andaluz más cortante que el invento del cirujano francés Joseph Ignace Guillotin: "Me siento engañado, me dijo que se abstendría en la segunda votación".

El PP balear guarda en sus armarios más recónditos una notable colección de jarrones chinos. Gabriel Cañellas es el más parecido a González. Solo lo exponen en ocasiones especiales, pero en estos casos es más mortífero que el Arca de la Alianza. Cristòfol Soler no figura ni a título de inventario después de transitar con armas y bagajes desde el muy español partido de Fraga y Aznar al soberanismo. A Jaume Matas se le acumula el polvo con cada una de las sentencias condenatorias de los tribunales. ¿Y José Ramón Bauzá?

Enamorado de sí mismo como está, probablemente se considera porcelana de entre la más fina de la dinastía Ming. Sin embargo, su carrera política balear apenas da para elaborar una metáfora con una sencilla gerra de barro. O mejor botijo, que queda mesetario y es más del gusto del farmacéutico de Marratxí. Los votantes y el partido le apartaron de la primera línea y, al igual que sucedió con otros compañeros de desgracias como el socialista Francesc Antich, sus compañeros buscaron un cómodo acomodo en el Senado al hombre que aseguró que el día que se acabara la presidencia del Govern se marcharía tranquilamente a su botica.

Sin embargo, desde el primer día quedó claro que no pensaba permanecer en un rincón oscuro. Era enchufar el Telediario para cualquier acto oficial en Madrid, ya fuera una sesión de investidura o un desfile militar, y ahí salía Bauzá estrechando manos y repartiendo abrazos entre los que rondan el poder. Nada que no fuera asimilable por parte de quienes habían forzado su dimisión ni por aquellos que guían el Partido Popular por la senda del congreso nacional.

Pero la aparente armonía se ha roto en el momento en que, cual jarrón chino, decidió estorbar de nuevo y convertirse en un expresident molesto. Su rueda de prensa frente a la catedral, su anuncio de que cuenta con el respaldo de la organización central del PP -aunque la realidad es que desde Génova salen en tropel a desmentirle- su reconocimiento de errores que no se digna a detallar... son hechos que demuestran que nada ha cambiado.

Ni siquiera sus más fieles seguidores, como Antonio Gómez, se han mostrado dispuestos a defenderle. Solo Carlos Delgado ha anunciado una alianza que siempre sería coyuntural con él.

José Ramón Bauzá, contrariamente a lo que afirmó -"he tomado mucha perspectiva y objetividad"- sigue siendo la persona que gobernaba en una dimensión distinta a la de sus gobernados. El hombre que presumía de no ser un político profesional, intenta aferrarse al sillón del partido como el paso previo a sentarse de nuevo en el Consolat de la Mar.

¿Por qué lo hace? ¿Cuáles son las razones por las que desea exponerse de nuevo al vaivén de la primera línea política? Los actuales dirigentes aseguran que no tiene ninguna posibilidad de ganar el congreso y que su único objetivo es arañar una cuota de poder que le garantice futuros privilegios. Pero también puede ser que, contrariamente a lo que siempre ha manifestado, una vez probada la sangre del poder, se haya convertido en un bebedor insaciable incapaz de volver a su anterior vida de pacífico y tranquilo boticario de una acomodada urbanización de Marratxí.

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