Conocido como el psiquiatra del 11-S, este sevillano nacido en Zaragoza accidentalmente (1945), llegó a Nueva York en 1970, con 24 años de edad. Fue jefe del servicio de Psiquiatría del hospital Bellevue desde 1991 a 2008.
Ayer recibió una mención honorífica en el marco del XIX Congreso Nacional de Psiquiatría que se celebra en Palma
-¿Cuándo se fue a Nueva York?
-En 1970, cuando acababa de cumplir los 24 años. Nací en Zaragoza en 1945, aunque de manera accidental porque mis padres eran de Sevilla, ciudad a la que nos mudamos al año de mi nacimiento.
-Y casi medio siglo después continúa allí...
-Sí, porque Nueva York es una ciudad que te seduce por la diversidad humana que uno ve. En el servicio de Psiquiatría del hospital Bellevue, del que fui el responsable desde el año 1991 al 2008, tratamos a pacientes de 185 nacionalidades. En la actualidad soy profesor de Psiquiatría en la facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York y dirijo el programa de enseñanza e investigación de Psiquiatría Pública.
-¿Qué es la Psiquiatría Pública?
-Aborda como tratar los trastornos mentales de una población en particular teniendo en cuenta su cultura , sus síntomas específicos y lo que esa población espera del médico. Cada población tiene una manera específica de enfermar.
-Vivió los atentados de las torres de gemelas desde una atalaya privilegiada...
-Nunca mejor dicho porque estaba en una sesión clínica cuando mi hija me llamó para comunicarme que un avión se había estrellado contra una de las torres gemelas, que estaban muy cerca del Bellevue. Subí corriendo al piso 14 del hospital para ver lo que estaba pasando y fui testigo directo de la colisión del segundo avión. Se puede decir que yo también fui una víctima de los atentados porque esa visión me afectó.
-¿Qué significó esa jornada para la ciudad de Nueva York?
-Uno de sus momentos más difíciles y creo que su mayor desafío.
-¿Y para usted?
-Una manera de trabajar inédita hasta el momento, intentando resolver o buscando soluciones a problemas que se fueron conociendo sobre la marcha.
-¿A qué colectivo le afectó más estos atentados?
-A las mujeres hispanas, en las que vimos más cuadros de estrés postraumático. Perdieron a sus maridos, que trabajaban en las múltiples empresas de las torres gemelas, sus propios empleos y su estatus legal. También afectaron mucho a la población infantil.
-¿De qué manera?
-En forma de fracaso y de desengancho escolar, absentismo, ansiedad y depresión.
-¿Y cómo se les recuperó?
-Integrándolos y dando salida a sus sentimientos con terapias de grupo. La sensación de pertenencia a un grupo protege contra la ansiedad.
-¿Qué le llamó más la atención en esa crisis?
-La actitud de un médico forense que trabajaba al lado del hospital. Se dedicó a recoger restos de personas de este tamaño (se señala media falange de uno de sus dedos) e invitó a los allegados a asistir a los análisis para determinar de quién se trataba. Se podían ver largas colas de personas esperando para entrar en el anatómico forense y ver trabajar a este profesional, llorando a sus espaldas. Y es que para la gente que ha perdido a un ser querido es muy importante saber qué ha pasado con él.
-¿Cuántas personas se vieron afectadas por estos atentados?
-Se calcula que un 20% de la población total de Nueva York, unos 1,6 millones de personas, vivieron una situación de estrés inmediato. Y un 8% padeció síndrome de estrés postraumático.
-En su trayectoria en el hospital Bellevue ha debido ver de todo. ¿Recuerda algún caso en especial?
-Sí, el de Larry, un homeless afromericano inmenso, de más de 2 metros de altura y 200 kilos de peso, que vivía en el lado oeste de la calle 86 y armaba mucho escándalo en una zona de tránsito de escolares. Nos lo traían a menudo y a las 24 horas, tras comer y dormir bien, teníamos que darle el alta porque no había ningún motivo para retenerle.
-¿Y cuál era su peculiaridad?
-Que era un paciente muy astuto y respondía de manera adecuada al juez para que le dejaran salir. Con el tiempo descubrimos que había servido en la Armada y allí una pala de un helicóptero le provocó una lesión en el lóbulo frontal que le impedía programar el futuro, repetía experiencias del pasado. Recibió un tratamiento más prolongado y mejoró muchísimo.
-¿Trató a asesinos múltiples?
-También. Son personas que organizan su vida alrededor de su pasión por matar. Se sienten bien con la destrucción porque no saben hacer nada positivo.
-¿Cuáles son los trastornos mentales más habituales?
-La depresión y la ansiedad, que son primos hermanos. Y están en auge porque, ¿qué hace sentirse bien a las personas? El arraigo y el reconocimiento. El desarraigo es el causante del malestar. Y en la sociedad moderna esto se está perdiendo. Ahora tenemos menos apoyos y más demandas.
-¿Las nuevas tecnologías están provocando nuevos trastornos?
-Las nuevas tecnologías son todavía neutras, generan cosas positivas como la vinculación con más gente y más grupos, y negativas como que estos vínculos son menos profundos. Ahora vivimos una vida más flotante y precaria.
-¿Cree que el manejo que está haciendo Europa de la crisis de refugiados nos pasará factura?
-El problema de Europa es que está desbordada por el aluvión de refugiados. Existen protocolos definidos para estas situaciones, pero va a ser difícil implementarlos.
-Unos protocolos que no existían cuando usted atendió a las víctimas del 11-S...
-No, allí se trabajó sobre la marcha. Te contaré una anécdota. El doctor López-Ibor me invitó a un congreso de Psiquiatría que se celebró en Madrid el 5 de octubre de 2001, menos de un mes después de los atentados, para que explicara cómo habíamos manejado la crisis y ayudar a elaborar un protocolo de actuación. Años más tarde, el 10 de marzo de 2004, debo ser gafe, me encontraba en Madrid y viví los atentados de los trenes. Fueron ejemplarmente manejados y yo dí dos consejos: Instalar la morgue en un espacio amplio para que los especialistas pudieran atender a los familiares allí mismo y que los afectados con lesiones físicas fueran vistos no solo por el médico, sino también por los psiquiatras.