Esta semana la atención mediática de todo el país ha puesto todo el foco (y es un foco muy potente) en un colegio de Palma, el Anselm Turmeda, después de que una familia denunciara que su hija había sido víctima de un agresión en el patio por parte de varios compañeros. Más allá del caso en sí, que aún se investiga, el episodio ha generado varios interrogantes: ¿qué nivel de violencia hay en las aulas: más que antes o es que ahora se visibiliza más? ¿qué diferencia hay entre una agresión y el acoso? ¿se ataja este problema como se debe?

Parte de la opinión pública ha cargado contra los docentes y el equipo directivo, mientras entre el profesorado ha surgido una llamada a la reflexión sobre el hecho de que la sociedad es violenta y a la escuela le faltan recursos (y a veces aliados) para reaccionar cuando la violencia se expresa en el colegio.

La violencia está en nuestra sociedad. No siempre tiene por qué ser física: si enciende la televisión, juega a según qué videojuegos o echa un vistazo a Twitter verá mensajes agresivos, actitudes de superioridad, amenazas. Y los niños lo ven, lo escuchan, lo oyen. Fina Santiago, consellera de Servicios Sociales, como trabajadora social ha desarrollado su tarea en el área de menores y confirma que se han incrementado los episodios violentos protagonizados por jóvenes, ya sea entre iguales (acoso escolar o agresiones); al cometer delitos (lo que antes era un robo ahora es un robo con violencia) o hacia sus progenitores.

Entre los menores que están cumpliendo algún tipo de medida judicial, Santiago constata un incremento en el uso de la violencia y destaca especialmente las agresiones a los propios padres [más información en páginas 26 y 27].

"La violencia está muy presente en nuestra cultura, es la manera de resolver conflictos, y los jóvenes así lo aprenden", apunta Santiago, que ve también un problema en el hecho de que los padres "no ponen límites". Asegura que ha tratado con familias que ya no saben qué hacer y llegan a extremos como denunciar a sus propios vástagos: "Y es algo que afecta a todas las clases sociales".

Marta Huertas, vocal de Psicología Educativa del Colegio Oficial de Psicólogos, se pronuncia en una línea similar: "No hay violencia del adolescente, hay violencia; en casa, en la calle, en los países", apunta, "en todo caso hay más violencia latente que real y más psíquica que física". El hecho de estar expuestos a la violencia de forma permanente a través de los medios y las redes "contribuye a que se difuminen la gravedad de los hechos: nos 'inmuniza' al horror de la violencia y hace que gradualmente la aceptemos como un modo de resolver nuestros problemas", indica.

Coincide Fernando Rivera, psicólogo experto en atención infantojuvenil que atiende a muchos niños que han sido víctimas de acoso: "Tenemos un sistema de transmisión de valores basado en una violencia estructural". Para él, el problema de las nuevas generaciones es "la intolerancia a la frustración", algo que algunos jóvenes manifiestan tratando de someter a otro, buscando "anularlo".

Recuerda las tres condiciones que se dan en el bullying: la percepción de vulnerabilidad de la víctima frente a la sensación de superioridad del acosador; la intencionalidad y la reiteración".

¿Qué perfil tienen las víctimas? "Cualquiera", indica Rivera, aunque sí hay algunos colectivos 'diana', como niños con sobrepeso, niñas que sacan buenas notas, homosexuales... Por su consulta, él ha visto pasar niños y niñas con alopecia; trastornos de ansiedad; síntomas orgánicos (náuseas, vómitos...); irritabilidad; depresión... Un indicador muy claro es cuando el niño no quiere ir al colegio: "El domingo por la tarde ya empieza a decir que se encuentra mal".

Huertas describe al acosador como una persona con una "personalidad irritable y agresiva, con bajo autocontrol, falta de empatía, baja tolerancia a la frustración, tendencia a las conductas violentas y amenazantes, impulsivo, con rendimiento escolar bajo (o muy alto) y que suele asumir el rol de líder ante alumnos de similares características psicológicas o que buscan reconocimiento e integración". También "es posible" que pertenezcan a una familia desestructurada o con antecedentes de violencia doméstica, aunque no siempre.

Además de la víctima y del acosador, la psicóloga señala un tercer actor fundamental: "Los observadores: grupo de compañeros que colaboran activamente (jaleando acciones, grabando?) o por omisión al no denunciarlo (en ocasiones por miedo a convertirse en las próximas víctimas)".

Para Rivera es muy obvio que de este problema solo vemos la punta del iceberg y la prueba son las cifras. El Institut per a la Convivència i l'Èxit Escolar (Convivèxit) que dirige Marta Escoda recibió el curso pasado 130 consultas y denuncias por posibles casos de acoso, pero los estudios "serios" (Rivera cita el último de Save The Children) apuntan a que hasta un 10% de niños sufren bullying en algún momento de su vida: los números no cuadran, demasiados episodios quedan ocultos.

El psicólogo cree que muchos episodios no salen a la luz por falta de formación y sensibilización, pero también por negación "Hay centros que niegan la realidad, creen que es imposible que eso pase allí". Asegura que ha visto que por lo general está reacción se da más en concertados.

Escoda señala un importante aumento de las notificaciones de bullying, algo que achaca a la puesta en marcha de un nuevo protocolo y a la formación que han recibido 320 docentes. "La mitad de las consultas han llegado desde los centros, se ha notado muchísimo", asegura, "la mayoría de las veces la situación se reconduce".

Ante la sensación que tienen muchas familias de que los centros no hacen nada, Escoda cree que es por falta de sensibilización y formación y no por dejadez consciente: "Los profesores han de saber dónde y cómo mirar".

Carmen Cabestany es profesora y una de las fundadoras de la Asociación No al Acoso Escolar. Con sede en Barcelona, fue de las primeras entidades que empezó a combatir este problema en España. En 2015, respondió a la llamada de Concepción Lorente, madre de una chica mallorquina víctima de bullying, que acabaría fundando el pasado mes de abril Sin Acoso Escolar Mallorca. Esta asociación celebra mañana a las seis una mesa redonda sobre el tema en el CaixaForum.

Cabestany cree que "la ley del silencio afecta no sólo a niños, profesores, directores e inspectores sino que abarca también, salvo excepciones, a médicos, psicólogos, jueces, periodistas, policías?". La profesora lo achaca a una falta de formación e información. Además, los episodios suelen suceder donde hay menos profesores (como el patio, los pasillos, el comedor...).

Detectarlo es difícil, pero actuar también si no estás formado, indica. "Algunos docentes se encuentran un muro de silencio, y otros directamente se inhiben, lo cual no deja de ser censurable". Como Rivera, lamenta que los centros tengan "la peregrina idea de que son 'cosas de niños' y de que, si sale a la luz algún caso, menoscabará su imagen, perderán su prestigio?".

El abogado Miguel López colabora con Sin Acoso Escolar Mallorca. Acompaña a los padres cuando se reúnen con los equipos directivos para exponer la situación que viven sus hijos: "Si van con un abogado, les toman más en serio", dice López, que es muy crítico con la actitud de los centros hacia esta problemática. Si la mediación no prospera, presentan una denuncia contra la escuela, pero la mayoría "acaban en nada".

¿Qué hacer con los agresores o acosadores? Además del plan de convivencia de cada centro, el decreto de derechos y deberes de los alumnos tipifica las agresiones y el acoso como conductas graves.

Como "medidas correctoras" se contemplan desde la realización de tareas para la reflexión, a la expulsión entre cuatro y 22 días de clase, o un cambio de centro (aunque al final quien acaba yéndose suele ser la víctima).

La responsable de Convivèxit señala no obstante que estas medidas siempre han de "individualizarse" y adaptarse.

Cabestany razona que hay muchos tipos de agresores: "No es lo mismo alguien que lo hace pensando que es gracioso; que alguien con rasgos psicopáticos; que alguien que sufre maltrato o exclusión social... El acosador tiene derecho a una atención". Eso sí, para algunos casos defiende "una sanción ejemplar" como la expulsión o los trabajos a la comunidad. Lo más importante: "Pedir perdón a la víctima".

Santiago señala que en edades tempranas funciona bien "buscar espacios de reconciliación" y Rivera señala que es necesario que los culpables vean que sus acciones tienen "unas consecuencias rotundas e inmediatas".