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Opinión

Sin atenuantes

Sin atenuantes

Hay contrastes que resultan dolorosos. En España, lo podemos constatar cuando comparamos la Sanidad con la Educación. La primera es referencial en Europa. La segunda, en cambio, representa un notable fracaso colectivo en muchas regiones porque, en realidad, más que de un modelo educativo común, deberíamos hablar de una España a dos velocidades: la España exitosa del País Vasco, La Rioja o Navarra, por citar algunos ejemplos, y la fallida del sur y de la cuenca mediterránea. Si la europeización de las costumbres y de los modos españoles es un hecho incontestable, los estándares educativos de algunas comunidades han ido cayendo al compás de los difíciles cambios sociológicos y de una presunta modernización que ha identificado la ideología con el progreso. No podemos ocultar que, a lo largo de todos estos años, la enseñanza ha sido el campo minado de una guerra cultural o de valores, si prefieren en el que se ha equiparado la charlatanería con la ciencia o los intereses ideológicos con el saber empírico, sin que se haya sabido dar respuesta a los auténticos desafíos que la emergencia pedagógica planteaba. Pero al final, la realidad termina colocando a cada uno en su sitio. Y esa realidad, dura y cruel, no nos deja precisamente en buen lugar.

Los números no admiten atenuantes. Si, de acuerdo con el Índice de Desarrollo Juvenil Comparado, elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, España se sitúa un poco por debajo de la media de la UE en cuanto al nivel educativo con un 0,52 frente al 0,58 de la media europea, Balears quedan en la cola de la Unión con un asombroso 0,18. Ser colista se traduce lógicamente en un precario nivel de desarrollo de la juventud como se puede leer también en el informe y, por tanto, en una posición de creciente fractura social de corte no sólo generacional. En una sociedad cada vez más compleja, los costes del fracaso escolar repercutirán en nuestro bienestar futuro y, sobre todo, en el horizonte de oportunidades de nuestros hijos. El riesgo más palpable pasa por terminar enzarzándonos en debates secundarios, mientras damos la espalda a la necesaria estabilidad de un modelo educativo de consenso que pueda arraigar y dar fruto más allá de los caprichos de cada gobierno de turno. Aunque existe otro riesgo similar, que consiste en creer que los conocimientos son secundarios respecto a las promesas sin contenido. Como suele repetir mi amigo Gregorio Luri, "no hay alternativa pedagógica a los codos".

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