La playa pública convertida en lujo privado. Incluso cercado. Y de forma recurrente, además. En el verano de la saturación récord, hasta los parajes más naturales de las islas se han visto invadidos de turistas, casi expropiados de su naturaleza pública. Privatizados. La mayoría de las veces la conquista cae por el peso de las hordas, al estilo de moda en esta Mallorca que el Govern dice "sostenible" pero cada vez se parece más al insostenible amontone de cuerpos de Benidorm. En otras ocasiones, la cosa se pone más exclusiva. En vez de la avalancha de domingueros y veraneantes, la playa se rinde a operaciones quirúrgicas, tomas de playa casi militares desde barcos de lujo, cuyos dueños ya no se cortan a la hora de hacer suyo lo que es de todos.

Ocurrió por ejemplo hace tres semanas en la playa de es Carbó, que vivió un desembarco casi anfibio: desde el megayate de un jequemegayate de un jeque del petrodólar desplegaron varias lanchas, con las que los empleados de servicio y de seguridad del millonario acotaron una extensa franja de playa, para transformar uno de los arenales más naturales y menos masificados de la Colònia de Sant Jordi en una especie de parque de atracciones acuático, con diversiones flotantes hinchables de gran tamaño y tumbonas al más puro estilo postureo en Montecarlo. Pero sin Montecarlo. Y con agentes de seguridad privada blindando al magnate y a los suyos de la cercanía de la plebe, que molesta, quizá mancha, vaya usted a saber, así que mejor lejos.

Ayer la escena se repitió. Fue a escala más modesta y sin despliegue de guardaespaldas, pero en un sitio aún más protegido, un lugar en el que hay que pedir vez con días de antelación para poder fondear, la isla y parque natural de Cabrera. Tienen arriba la imagen, que ayer rebotó de cuenta en cuenta por Twitter, viralizada por el perfil ecologista y proteccionista @Terraferida y distribuida originalmente por el twittero @jaumesalva. El mensaje era claro: "Cabrera: de Parc Nacional a Beach Club. Així celebra els seus 25 anys la joia de la corona", explicaban en @Terraferida, que adjuntaba la foto impensable en un paraíso natural, devenido fiesta privada con el despliegue de siete grandes sombrillas de diseño y sus correspondientes hamacas acolchadas. Como en Bali, pero con ley. Aunque sin cumplirla: el reglamento de la Ley de Costas, en sus artículos 65 y 66, deja claro que la playa no puede utilizarse de forma privada, ni mucho menos ser parcelada para el uso y disfrute exclusivo de nadie, ya sea jeque árabe o príncipe monegasco. La única opción para hacerlo es solicitar un permiso para eventos que sean de interés general. Pero ayer, como el día del jeque, el único interés general que se percibía en las redes sociales era la indignación compartida, que no era para muchos de los comentarista más que que otra gota desbordando un vaso de turismo desbocado.

Desembarcos en todas las islas

Porque son ya unas cuantas gotas este verano de abarrote y excesos turísticos por aire, tierra y mar, en el que se han documentado episodios similares en cala Tuent o en la playa del Coll Baix. También en Menorca, donde se han producido quejas por una decena de desembarcos de este tipo. Los dos últimos fueron la semana pasada, cuando bañistas de las playas de Cavalleria y de Trabalúger, en es Migjorn, denunciaron la invasión del arenal desde megayates. Y no piensen en un jeque con un harem, no: en este caso la conquista de las playas salvajes estaba organizada por un gran barco de chárter, lujo para 40 privilegiados, atendidos por una tripulación, casi una legión, de 35 camareros y asistentes, que desembarcan los primeros en arenales de difícil acceso desde tierra, para instalar sobre las dunas la parafernalia habitual del hortera de paraíso natural, esa acumulación de hinchables de plástico, sombrillas de diseño y camas balinesas que traviste la costa virgen de beach club estilo Magaluf. Aunque sin licencia, que nuevamente la ley de Costas es fulminante al respecto. No solo la playa no es privada, sino que todo lo que en ella se despliegue "será de libre acceso público", nunca un privilegio de talonario.

La tarima del magnate ruso

Pero en las islas de los excesos el talón manda. Y mucho. En la costa de Eivissa quedaba claro este fin de semana, cuando decenas de personas acudieron a la reconquista pública de un paraje costero privatizado por un millonario ruso. Con la autorización de Costas, el magnate se ha hecho instalar en una zona de difícil acceso de Platges de Comte una tarima de madera desde la que saltar al mar desde su mansión. ¿Problema? La madera está en espacio público, por lo que quien quiera puede usar la tarima para tomar el sol o bañarse, algo que no impidió al ruso poner a sus agentes de seguridad a intimidar y desalojar bañistas. Alguno llegó a denunciar ante la Guardia Civil y la cosa se calentó hasta el punto de que el sábado decenas de personas quedaron para su invasión pública de lo público, privatizado desde Rusia y sin amor. Y la reconquistaron, claro: parece que a los residentes de las islas del abarrote les queda tanta paciencia como playas vírgenes, o sea ninguna.