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La fiesta en paz

El Govern que gobierna a plazos

El Govern Armengol necesita un nuevo rumbo. guillem bosch

El Govern se ha esmerado hasta ahora en la reparación, a veces chapucera, de los dislates de la era Bauzá. No es un gran mérito. Incluso amplios sectores del PP estaban de acuerdo en la necesidad de desactivar algunas de las paranoias del expresident para resituar el partido en una posición de cierta centralidad política.

Sin embargo, tras las tareas de demolición, Armengol y sus consellers deben comenzar ya a escribir un discurso propio. Marcar un camino que no se limite a reconstruir puentes volados sino que mejore el tránsito hacia una sociedad más feliz. ¿O no es ese el objetivo de cualquier gobernante?

Entre las tareas de desmontaje acometidas hasta ahora se encuentra la derogación de la Ley de Símbolos, para la que incluso logró el respaldo tácito de una parte de los diputados populares. Muchos correligionarios de Bauzá no dudaron en aceptar una enmienda a la totalidad a las políticas de gestos tan provocadores como inútiles que tanto gustaban al expresident, el hombre que pregonaba que cuando dejase la política iba a regresar a su farmacia y que, incomprensiblemente, ha preferido sentarse en un escaño del Senado.

La supresión del TIL era otra medida cantada, pero la alternativa que se ha construido es un laissez faire, laissez passer a los centros escolares que siempre habíamos creído propio de partidos liberales y cuya efectividad real para el conocimiento de las tres lenguas resulta más que discutible.

La izquierda ha aprobado, no sin tensiones, la ecotasa. Ha sido fácil. Mientras en 2001 el Govern de Antich fue a la guerra, y la perdió en las elecciones siguientes, el vicepresidente Barceló se ha encontrado un camino trillado por sus antecesores y por los países, regiones y ciudades que ya cobran impuestos similares. Se ha implantado la renta mínima garantizada y se han quedado cortos porque no ha habido tantas peticiones como se anunciaba.

Se ha devuelto la tarjeta sanitaria. Y otra vez las cifras reales han demostrado que el problema no tenía la magnitud que proclamaba la izquierda desde la oposición, aunque no por ello deja de ser conveniente, humanitario y justo atender al enfermo sin pedir papeles.

Se puede entender que las legiones de inspectores que el conseller Negueruela moviliza cada verano forman parte del acuerdo de gobernabilidad para aplicar un plan de choque contra la precariedad y la explotación laboral.

Sin embargo, en el debe hay que consignar los asuntos que se anuncian una y otra vez sin que los consellers de Armengol se atrevan a poner el cascabel al gato. Se esgrime la necesidad de limitar las plazas turísticas de forma reiterada, pero nada se concreta. Quizás porque nadie sabe cómo hacerlo. Como ha ocurrido sistemáticamente, esperaremos a que llegue otra crisis que lo haga por las bravas.

Se pretende regular el alquiler turístico, pero es un asunto de gran complejidad. Ya se sabe que si se estira la sábana por un lado, se queda corta por el otro. Nadie quiere correr con el desgaste electoral de acotar una actividad sociológicamente muy transversal.

Las medidas contra la sequía no se improvisan de un día para el otro aunque Francesc Antich lo hizo con las desaladoras móviles, pero hay que actuar hoy para que sus efectos se noten en el próximo ciclo de escasez de agua.

Catorce meses después de la toma de posesión hay que exigir al Govern bipartito que sea un equipo entregado a su tarea y que no defraude las expectativas. Es hora de que trabajen con responsabilidad, con sentido común, tomando decisiones en las que siempre pongan por delante el interés general de los ciudadanos y de nuestra tierra. Se hace necesario que muestre capacidad de diálogo y que mantenga un contacto permanente con la sociedad... Por cierto, este último párrafo está copiado casi íntegramente del discurso que Francina Armengol pronunció cuado en 2007 se convirtió en presidenta del Consell de Mallorca. Por tanto, ya toca ponerse manos a la obra.

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