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La fiesta en paz

Son Sant Joan es una caja registradora

Esto es Mallorca, pasen y dejen la pasta. manu mielniezuk

Son Sant Joan tendría que ser un aeropuerto amable y se ha convertido en una caja registradora. AENA, la empresa semiprivatizada que gestiona las instalaciones, solo piensa en los beneficios que le aporta para cuadrar las cuentas. Unos, como Palma, tienen que ganar mucho (150 millones de euros en los últimos balances que se han hecho públicos), para compensar a aquellos que constituyen un profundo agujero negro, como León, el juguete inútil que Zapatero dio a su ciudad.

Reviso un listado con los diez mejores aeropuertos del mundo y descubro que el de Incheon, en Corea del Sur, tiene pista de hielo, casino y campo de golf. El Singapore Changi cuenta con dos cines gratuitos y uno de los jardines de mariposas más importantes de Asia. Del de Múnich se destacan las facilidades para los viajeros y una ola artificial para practicar surf de forma gratuita durante los meses de verano. De Zúrich se valoran su limpieza y sus eficientes y cómodos controles de seguridad. Del Hamad Internacional de Catar resalta su espectacular edificio terminal con piscina, spa y dos pistas de squash a solo unos metros de las puertas de embarque.

Resulta evidente que Son Sant Joan no reúne méritos suficientes para competir con el dinero que fluye en los países productores de petróleo o en las emergentes economías asiáticas. Sin embargo, cuando a principios de los años 90 del siglo pasado se proyectaron las actuales instalaciones, se pretendía que fueran algo más que un contenedor de viajeros o un lugar en el que terminar de exprimir sus bolsillos.

La concepción, explicada por el arquitecto Pere Nicolau, era clara. El turista o el residente recién aterrizados tienen prisa por llegar a su destino y disfrutar del descanso hogareño o de sus vacaciones. No necesitan un ambiente maravillosos, sino eficacia en la entrega de maletas y en la localización de su medio de transporte. Aun así, la gran plaza entre la terminal y el aparcamiento se enmarcó en estanques, buganvilias y palmeras.

En costraste con las prisas de la llegada, cuando alguien se dispone a subirse a un avión debe impregnarse de una buena imagen. "El aeropuerto es la última impresión que nos llevamos de un destino", razonaba Nicolau mientras mostraba los detalles de la nueva construcción.

Además, las esperas, incluso sin retrasos, pueden hacerse interminables. Por esta razón, el arquitecto proyectó un espacio abierto y con luz, un solarium con tumbonas de madera de teca y bares en los que tomar la última cerveza o un refrescante helado.

La maqueta de lo que debía ser el nuevo Son Sant Joan mostraba edificios rodeados de jardines y lagos. También una gran pasarela para peatones y ciclistas que enlazaba con la zona turística de s'Arenal. Compare con la realidad de hoy y advertirá que ninguno de los aspectos lúdicos y amables del aeropuerto palmesano ha sido creado o se mantiene activo.

Nicolau ponía como ejemplo de un aeropuerto integrado en su entorno el de Ámsterdam, si no me falla la memoria. Los vecinos de la capital holandesa iban a comprar el pan porque allí se elaboraba el mejor de toda la ciudad.

La realidad de aquí es muy distinta. Al turista, tanto a la ida como a la vuelta, solo le transmitimos un mensaje: esto es Mallorca, pasen y dejen la pasta. Ni un gesto amable. Ni un paisaje acogedor. Ni un detalle de simpatía. Solo el paso obligatorio, sin opción de evitarlo, a través de un laberinto de tiendas. Únicamente el ring ring de las cajas registradoras. O ni eso, porque las modernas han dejado de emitir esta musiquilla aguda.

Quizás ahí, en Son Sant Joan, haya que buscar una de las razones por las que los turistas que vienen a Mallorca no muestran un excesivo interés en repetir. Quizás en la impresión que les causa la puerta de entrada y salida, esté una de las claves de la nota negativa que nos ponen en las encuestas. Probablemente si nuestro aeropuerto les diese una amable despedida, el recuerdo sería mucho más positivo.

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