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La fiesta en paz

Los ciudadanos defraudan a los partidos

Armengol tiene motivos para estar preocupada.

Evelyn Waugh, autor de obras tan populares como Retorno a Brideshead, escribió que a sus compatriotas británicos les encantaba "encontrar a un extranjero que se ajustaba a las mil maravillas a su idea de lo que debía ser un extranjero". Waugh (1903-1966) tenía un sentido del humor negro y satírico que aplicó a su obra literaria. Quizás si el resto de europeos hubiésemos sido como nos imaginaban los ingleses y galeses jamás hubiesen votado a favor del brexit. Europa y el mundo son, afortunadamente, mucho más diversos.

Las encuestas, incluso las israelitas del día de autos, dibujaron una España en la que el PP repetía el batacazo del 20 de diciembre y Podemos se hacía con la hegemonía de la izquierda en detrimento de los deprimidos socialistas. Sin embargo, los ciudadanos de este país siguen burlándose de los encuestadores, poniéndose la demoscopia por montera y sacando los colores a los sesudos sociólogos que elaboran y cocinan los sondeos.

La realidad imaginada diverge de la tangible las más de las veces. Esta semana ha estado llena de deseos incumplidos, de aspiraciones frustradas y de sueños que chocan con un amargo despertar.

Podemos aspiraba a encontrarse con unos resultados electorales que se ajustaran a su imagen de lo que deben ser unos resultados electorales. Sin embargo, se dieron cuenta de que en realidad los votos se asemejan a lo que piensa la masa de votantes. Como Craso frente a los partos, erraron al menospreciar las fuerzas del adversario. En Balears sumaban cuatro diputados dos meses antes de los comicios, se conformaban con tres cuando cedieron este puesto en las listas a Antoni Verger, pero el 26J los electores solo les dieron dos.

Antoni Verger es el ejemplo perfecto de que en política no conviene construir castillos en el aire. Una perversa demanda judicial le privó de ser medio alcalde de Palma. Cuando en diciembre trasladaba votos autonómicos a las generales ya se veía diputado en Madrid y se quedó fuera. Seis meses después, la adición era inapelable: votos de Més, más votos de Izquierda Unida, más votos de Podemos, más previsiones demoscópicas... escaño asegurado. Y, sin embargo, ahí está, intentando comprender lo inexplicable.

Francina Armengol debe despertarse cada mañana sintiéndose muy poderosa. Es la máxima autoridad de Balears. El Consolat de la Mar es suyo. Recibe o es recibida por reyes, alcaldes y grandes empresarios. Tiene en sus manos un arma llamada BOIB y, al menos de momento, respaldo parlamentario para mantenerse al timón de las islas. Sin embargo, es una presidenta con pies de barro. El PSOE da pena. El hecho de mantener contra pronóstico dos diputados no debe hacerle olvidar que solo tiene el apoyo de uno de cada cinco votantes, que es la tercera fuerza del archipiélago y que no parece que la hemorragia vaya a cerrarse por ahora.

Otra amenaza se cierne sobre Armengol. Ningún president de Balears ha logrado ser elegido para dos mandatos consecutivos desde 1995. Ni Matas ni Antich ni Bauzá aguantaron más de cuatro años seguidos en el Consolat.

Los nostálgicos del PP soñaron con los cinco diputados de 2000 y 2011 y despertaron con los tres de 2015 y 2016. Intentan travestir de éxito lo que es un inapelable fracaso. Allá ellos, pero les conviene trabajar mucho e imaginar menos si quieren reconquistar el Consolat de la Mar en 2019. Trabajar para encontrar un líder que no genere odio en la mitad del partido, para redactar una propuesta programática que no les divida y para desalojar la planta baja de la sede de la calle Palau Reial (es la que ocupa José María Rodríguez, el "artífice en la sombra" de la trama de corrupción policial en Palma).

Los fracasos de los tres principales partidos de Balears -Ciudadanos es el único que cumple- deberían servirles para dejar de intentar que los ciudadanos se adapten a sus deseos y ser ellos quienes se pongan en el lugar del elector. Dejar de imaginar, y a veces aplicar, políticas sin incidencia real en la sociedad y centrarse en los anhelos y necesidades del electorado. Dejar de imaginar al ciudadano que se ajuste a las mil maravillas a su idea de lo que debe ser un ciudadano y salir a la calle para conocerlo.

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