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Opinión: La testigo desmonta la obediencia indebida, por Matías Vallés

Opinión: La testigo desmonta la obediencia indebida, por Matías Vallés

Los Borbón Urdangarin conquistaron a Matas por el pádel y a Rita Barberá por el estómago. El juicio va perfilando que los familiares regios utilizaban la táctica pirata del garfio, para saquear a Balears y Valencia. Una vez que el gancho ha atrapado a la embarcación a abordar desde la nave corsaria, ya solo hace falta efectuar el acarreo de bienes y enseres de las víctimas.

El desvalijamiento se desarrollaba sin apenas resistencia. Introducimos el "apenas" porque ayer declaró la excepción a la docilidad escandalosa del funcionariado de alcurnia. Desde la Generalitat valenciana, Isabel Villalonga se negó a pagar medio centenar de facturas de Nóos. Los gastos no solo estaban injustificados, sino que eran injustificables. Lo mismo sucedía con otros millones de euros, que fueron abonados religiosamente por otros testigos del caso Infanta.

Villalonga ahorró dos millones de euros a los contribuyentes, mientras desde La Zarzuela telefoneaban a la Generalitat valenciana a fin de agilizar los pagos. Para defender la legalidad, la entonces subsecretaria de Presidencia no disponía de armas más sofisticadas que sus generosos colegas de Valencia y Balears.

De ahí que el testimonio de la entonces subsecretaria de Presidencia no incomode tanto a los acusados como a otros testigos. Villalonga desmonta la doctrina de la obediencia indebida, con la de implicados que tienen cifrada su inocencia en las exigencias de la cadena jerárquica. Si ella se negó, ¿por qué tantos aceptaron sin rechistar?

Porque Matas supo rodearse de cargos dispuestos a matar por su líder providencial, y éste fue casi el único crimen que no cometieron en su nombre. Ejercieron un sometimiento tembloroso, que contribuyó notablemente a la corrupción. Todavía se aguarda una excusa de los interventores.

La honradez recompensada, siempre, en España era un sarcasmo televisivo de Marsillach. La testigo Villalonga perdió su cargo por no prestarse a prácticas corruptas. De hecho, fue advertida sin rebozo de que correría esa suerte si se mostraba pertinaz. Puede compararse su suerte, o la del jefe de policía desterrado por cumplir su deber, con los ascensos y sobresueldos que disfrutan todavía hoy quienes no encontraron ningún obstáculo para contribuir al saqueo del caso Infanta.

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