Trabajos cada vez más duros y sueldos cada vez mas cortos, con contratos de precariedad creciente en hoteles de tamaño y rentabilidad al alza. Esa es la realidad que denuncian las camareras de piso en el libro de Ernest Cañada Las que limpian los hoteles. El propio autor, que recoge el trabajo que presentó ayer 26 de las 80 entrevistas realizadas a profesionales del sector, explica que durante la investigación le sorprendió sobre todo "la situación de deterioro de las condiciones laborales, el hecho de que las trabajadoras tengan que medicarse para soportar su jornada laboral".

"Es fundamental que entendamos que es imposible que sigan trabajando en estas condiciones. No es normal", reflexiona Cañada. En su análisis le da la vuelta a la referencia constante de los empresarios hoteleros a la necesidad de bajar salarios para competir con un norte de África que algún día recuperará la paz y su turismo. "Cuando el norte de África vuelva, será imposible que podamos competir con ellos en términos de reducción de precios y salarios. Debemos apostar por calidad de empleo y de servicio y esto pasa por un trabajo decente, un trabajo digno".

Pero ese no es el caso del que ofrecen hoy algunos hoteles de Mallorca. Lo denunciaban durante la presentación de ayer dos camareras de piso, Dolores Ayala y Soledad Castro, ambas protegidas para hablar por su condición de delegadas sindicales. "Llevo veinte años de camarera de piso, sigo en el mismo hotel y han ido aumentando las habitaciones, también han ampliado la zona noble que hay que limpiar. Y encima el turismo que viene es de peor calidad, con menos dinero, con más gente por habitación, cuatro personas en una habitación de matrimonio en la que antes había dos clientes. Rotan más, porque antes venían tres semanas y hoy cinco días, con lo que hay que arreglar más las habitaciones para el cambio. Alquilamos las mismas habitaciones con el doble de trabajo. Más de veinte habitaciones a cuatro camas, imaginen cómo estamos. Cuando llegas al final del día llevas en las costillas siete u ocho analgésicos. Algunas toman Red Bull para aguantar. No vas al baño ni bajas a comer para sacar el trabajo. Cuando llegan al final de la jornada subes a casa a rastras. Yo le pego cada paliza al sofá impresionante. Y no me puedo quejar, tengo ocho horas de contrato, cuando hay compañeras que no están así", relata Soledad Castro, que recuerda que empezó hace veinte años haciendo veinte habitaciones con dos camas y ahora están en una media de 27 con cuatro camas cada uno.

Esclavas de hoy

"Estamos como esclavos. Cada vez hay más trabajo. No da tiempo a hacer el volumen de faena. Llevo cuarenta años de trabajo en el mismo sector y en el mismo sitio y cada vez estamos peor. Están reformando los hoteles, y eso está muy bien porque hacía falta, pero hacen cosas que dan mucho más trabajo y no meten más trabajadores. Eso lo pagamos nosotros y lo pagan los clientes", denuncia a su vez Dolores Ayala.

Con sus palabras, esta camarera de piso con cuatro decenios de experiencia sobre sus espaldas desmonta de un golpe aquella afirmación hotelera de que están contratando más gente para atender los hoteles que reforman para subir de calidad. También trituran ese argumento los datos en crudo, recalca Gonzalo Fuentes, responsable estatal de hostelería en UGT, que ayer participó en la presentación del libro en Palma. El sindicalista tira de información y datos oficiales para documentar que el año pasado "la rentabilidad hotelera" (aunque se refiere a los precios, en realidad) subió un 12,7% en Balears, mientras las plantillas aumentaba un 3,5%.

De ahí también la indignación de las camareras de piso, que reclaman mejores condiciones de trabajo, con plantillas que se adecuen a las necesidades reales del servicio. "La sobrecarga de trabajo es tremenda. El sueldo cada vez es más bajito. En el último convenio subimos un 1%, pero resulta que en tres años nos han elevado el IRPF un 3%, con lo que cobramos menos. Ganaba 1.150 hace tres años y ahora 1.060, ya me dirán la subida. Luego vamos vamos a firmar un convenio y resulta que el empresario nos dice el pobre que no gana dinero. Aquí cada vez hay más trabajo y más turistas, pero ellos no ganan dinero, a mí que me lo expliquen. Hay colas para subir al ascensor y entrar al comedor, pero ellos resulta que no ganan dinero. Y para negociar hace falta casi sacar los sables para llegar a un convenio en el que no hemos perdido derechos, pero no hemos ganado nada. Por el camino se pierde calidad de servicio, con trabajadoras cada vez más explotadas", abunda Soledad Castro.

Asiente Dolores Ayala, que también ataca la idea hotelera de que están contratando más para dar más calidad en hoteles cada vez mejores. "No es cierto que los aumentos de categoría conlleven aumentos de plantilla. No es así en los hoteles que conocemos. Lo que estamos viendo es que hasta hacen trabajar en día libre. Y las eventuales lo tienen peor que nadie. No se puede dar mejor servicio al cliente si no se ponen los medios humanos para ello, y no se están poniendo. A veces me da vergüenza ver cómo quedan las cosas en las habitaciones, cuando vas corriendo todo el día y no llegas. Lo ven los clientes, sobre todo los alemanes, que son más comprensivos y te ven correr, y no entienden nada".

Las consecuencias de este aumento de la carga de trabajo en alrededor de más de 50% en veinte años (de veinte habitaciones con dos camas a 27 con cuatro y mayor rotación de clientes) se reflejan en la salud de las empleadas y en la calidad del servicio. Los calmantes para trabajar están a la orden del día. También son comunes los contratos de cuatro horas para cubrir turnos de ocho. Como lo están las lesiones laborales en un sector poco tolerante con las bajas. Por eso el sector sigue intentando rebajar la edad de jubilación de estas trabajadoras, que piden retirarse antes, explica Soledad Castro. "Yo tengo 59 años y estoy con un pie en la tumba de tanto trabajar y medicarme. Cuando tenga 66, cuando me toca jubilarme, no sé cómo estaré. No pedimos jubilarnos a los 55, pero sí a los 60. Si un ministro se puede jubilar con su paga por cuatro años de gobierno, ¿por qué a nosotras nos ponen peros porque pedimos que nos jubilen a los sesenta? No podemos vivir como yo vivo. Tomo ocho pastillas para poder ser persona".