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Opinión

Con Sabino estas cosas no pasaban

Alberto Aza, supuesto jefe de la Cosa del Rey, ignoraba que su subordinado Revenga era tesorero de Nóos y ni se enteró de foros que competían con Davos

Sabino, el único jefe de la Casa.

Juan Carlos de Borbón invitó a comer a Sabino Fernández Campo, que a la sazón era su jefe de la Casa del Rey, y a Sofía de Grecia, que por entonces ejercía de esposa del monarca. En medio del almuerzo, el Jefe de Estado se dirigió a la Reina:

-Sofía, ¿sabes que Sabino nos deja?

Quien no lo sabía era el propio Sabino, informado mediante esta pintoresca triangulación de su destitución, inspirada por Mario Conde. La anécdota gana sabor en labios del propio Fernández Campo. Me la contó cuando se convirtió en el octogenario más joven que he entrevistado, y no solo porque lucía pantalones vaqueros. Su conclusión del ágape todavía resuena en mis oídos:

-Se urdió una trama para sacarme de la Casa, me pude haber ido de otra manera. El Rey sabe sacrificar a las personas que no le son útiles. Los grandes personajes están más acostumbrados a los aduladores, a quienes les va mucho mejor que a mí.

Fernández Campo sabía decir que no. Salvó a La Zarzuela de numerosos traspiés, pero la independencia de juicio no le congraciaba con su patrón. Mientras relataba su despido, la trama del caso Infanta funcionaba a pleno rendimiento. El jefe de Estado se había quedado sin el cancerbero contestón. Ya solo tenía vasallos aquiescentes. De ahí que se viera obligado a abdicar, contra su expresa voluntad. Esta cadena de acontecimientos debe encerrar alguna lección, pero ningún gobernante está dispuesto a repasarla.

Mientras prosigue el juicio de la noria, que no consigue alterar la convicción sobre la trama diseñada por los Borbón Urdangarin junto a Diego Torres, la sesión de ayer volvió a demostrar que con Sabino estas cosas no pasaban. Claro que él mismo concedía desde su lucidez imperturbable que "he aprendido que la experiencia solo sirve para comprobar que la experiencia no sirve para nada".

La declaración de Alberto Aza, supuesto jefe de la Casa del Rey, confirmó ayer que la titularidad de este cargo se extinguió con Fernández Campo. Desde que Conde le endosó al monarca a Almansa, su compañero en la promoción de abogados del Estado, la ostentosa jefatura quedó relegada a tareas burocráticas. De la Casa del Rey a la Cosa del Rey.

Cuesta recolocar la mandíbula, después de escuchar a Aza promulgando que ignoraba que su subordinado García Revenga se había enrolado como tesorero en el lucrativo Nóos. Si el secretario de las Infantas no informó a su superior en el escalafón, ¿en qué consistía exactamente el cometido del Jefe de la Casa?

Por lo mismo, Aza desconocía también que el matrimonio Borbón Urdangarin se embarcaba en el negocio de la consultoría para forrarse. La prensa debe agradecerle que se enterara por los periódicos, aunque su cometido profesional quede seriamente cuestionado en el proceso. La inocencia es una virtud en lo privado, pero un baldón cuando define un desempeño público en la cima del Estado.

Probablemente sin darse cuenta, Aza propinó un importante bofetón colateral a la Infanta y sus socios. Diego Torres sostiene en su libro, y ha repetido en el juicio que gobierna, que el insignificante Forum Illes Balears estaba a la altura del Foro de Davos, o de las cumbres del G8 y G20 entre las potencias económicas del planeta. Sin embargo, el jefe de la Casa del Rey no tuvo noticia de unos encuentros fantasmagóricos, convocados con el señuelo de la hija del Rey, hasta que el PSOE protestó tímidamente por el elevado coste de los fastos.

El testimonio de Aza sirve para recordar que el caso Infanta dista de ser únicamente un escandalo de corrupción del PP. También golpea a La Zarzuela en su línea de flotación. Por no hablar de Marivent, si se contabiliza el partido de pádel entre Matas y Urdangarin para sellar los negocios entre ambos con fondos públicos.

Será casualidad, pero la Casa del Rey se desmorona tras la expulsión de Fernández Campo. El juicio describe un entorno palaciego sin nada que envidiar al Real Madrid actual, con una guerra de tronos desatada por la Infanta y su marido contra Felipe VI. Esta confabulación capital ha quedado ahogada en el arsenal jurídico, pese a su valor dinástico.

Rodrigo Rato debió alegrarse de declarar por una vez como testigo. Su reunión en La Zarzuela con Juan Carlos de Borbón y Francisco Camps, marca el instante en que el entonces Jefe del Estado comunica a Mallorca que debe renunciar a sus pretensiones de albergar la Copa América, en favor de Valencia. ¿A cambio de qué?

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