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Opinión

La defensa de ruptura de Diego Torres

Imitando al legendario Jacques Vergès.

Rudolf Hess era el adjunto de Hitler cuando voló a Londres en plena Guerra Mundial. En una famosa anécdota apócrifa, Churchill recibe al dirigente nazi y le suelta:

-Así que tú eres el loco.

Hess replica:

-No, solo soy su adjunto.

También los adjuntos del caso Infanta presenciaron las lucrativas locuras de los gestores de la trama. Ahora huyen del estruendo judicial del saqueo. Se vieron envueltos en el vendaval, y no quieren ser confundidos con los verdaderos autores por ningún tribunal churchilliano. Con el estrambote adicional de que estos testigos de primera mano se apellidan Tejeiro, en cuanto hermanos y cuñados de hasta tres procesados.

La narrativa coherente de los hermanos Tejeiro ha demolido a su cuñado Diego Torres, arrastrando además a Urdangarin a un pozo de comportamientos que enarcarían las cejas de un delincuente habitual. Los máximos responsables del caso Infanta necesitaban sofocar la rebelión de sus adjuntos. Por fortuna, el socio del cuñado del Rey aporta al elenco un abogado a quien le encanta generar antipatía, y que muestra notorio acierto en su empeño por adherirse la etiqueta de desagradable.

El letrado González Peeters, porque de él se trata, ha desatado estos días una estrategia radical que caracteriza a los grandes procesos del siglo XX con acusados políticos. Cabe recordar que aquí se juzga a la hermana del Rey. La línea trazada se llama "defensa de ruptura". Por supuesto, no es original del letrado con ansia de protagonismo. La défense de rupture fue popularizada por el legendario abogado francés Jacques Vergès. Entre sus clientes sobresalen Klaus Barbie, Carlos el Chacal o los esbirros de Pol Pot.

La defensa de ruptura se desentiende de la atención microscópica a los hechos que caracteriza al proceso. El abogado carga como un paquidermo, dicho sea en honor de un González Peeters que practica la caza mayor, contra la jurisdicción en su conjunto o contra la legitimidad del tribunal. En la imitación que se representa estos días en Mallorca, la estrategia se sustancia en la aniquilación de un testigo, al amenazar a Miguel Tejeiro con querellas por violar el secreto profesional que le obliga como abogado. Otra cosa es la pasividad deferente de las magistradas ante el empuje del letrado, y el ambiguo cobijo que han prestado a un testimonio fundamental.

El éxito de la defensa de ruptura de Diego Torres no vendrá medido por su fidelidad al original de Vergès, otro maestro de la escenografía judicial. El atasco ayer del proceso con los acusados de mayor rango de la historia de España, incluida la número seis en la sucesión al trono, es una hazaña que hubiera impresionado al abogado francés. González Peeters ha tomado posesión del juicio, por inhibición del tribunal que deliberaba demasiado. Ha perseverado en una maniobra de guerrilla en la que viene percutiendo desde la jornada inaugural, por todas las rutas imaginables.

González Peeters ya fue apercibido por la presidenta con mención a posibles medidas disciplinarias, por su "acoso y derribo" a Matas, pero ha acabado disciplinando al tribunal. No solo ha radicalizado la estrategia por su natural beligerante, sino para neutralizar al cuñado y adjunto de su cliente y de los exDuques de Palma. Por supuesto, estas maniobras se disfrazan con las togas y puñetas de la jerga procesal, otro contraste perseguido por la defensa de ruptura.

En el fondo, Vergès negaba el derecho a juzgar a sus patrocinados, volviendo a la opinión pública contra la institución. Torres no despierta el mínimo afecto en la calle. De hecho, el rupturismo que ha paralizado al tribunal se pone en marcha a raíz del fracaso de la "defensa de connivencia", basada en politizar el escándalo de corrupción desplazando el eje que debería situarse en la esfera judicial. En el caso Infanta, esta estrategia fallida se ha sustanciado mediante el desvío de responsabilidades hacia la Casa del Rey, tesis esgrimida a coro por Torres, Urdangarin y la Infanta. Ni siquiera fue detectada por los analistas. Obedece a razones procesales y a venganzas personales.

Se ha perdido el juicio, en tantos sentidos. Solo la imagen pétrea de Pedro Horrach resonaba ayer en reivindicación de la ciudadanía, al invocar un "fraude procesal". Claro que la defensa de ruptura no se entretiene en precisiones jurídicas.

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