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La fiesta en paz

Palau de Congressos: usted siempre pierde

Diez años ´pariéndolo´ y no hay plan para gestionarlo.

En la ruleta de la política lujuriosa, el ciudadano siempre acaba esquilmado. En su versión especular, la frase se traduce en que el empresario siempre gana. Cuando los administradores públicos apuestan por el despilfarro, persiguen su 3% o quedan deslumbrados por el poder, cada uno de los administrados acaba pagando la factura. A veces por duplicado o triplicado.

Los ejemplos llenarían una enciclopedia Espasa desde la A hasta la Zeta. Estas semanas asoma la patita el último asunto turbio que puede costarnos un riñón: el Palau de Congressos. Una vez más, heredamos los fastos de la era Matas, pero no solo los de los tiempos del expresident y exministro del PP.

Durante décadas, los empresarios han reclamado, casi han exigido, una instalación para acoger convenciones. Los argumentos siempre han sido los mismos: detestacionalizar y captar un turismo que gasta mucho dinero. Mallorca llega tarde a esta cita. Hubo que esperar a que el Matas triomfant de 2003 pronunciara su "hágase". "Hágase" el Palma Arena. "Háganse" las autopistas. "Hágase" la ópera de Calatrava.

"Hágase" también el Palau de Congressos. Pero esta vez con un matiz. Para demostrar que encabeza un Govern liberal en lo económico, Matas apuesta por la iniciativa privada. Se trata de demostrar que los emprendedores pueden acometer grandes empresas arriesgando su dinero -eso sí, con grandes facilidades y algo de subvención pública-.

El Grupo Barceló, Globalia, Sampol y Acciona se apuntan al proyecto. Pero las cosas no son como las ha pintado Matas o las reglas ocultas de la transacción se esfuman cuando el hoy policondenado pierde el poder. Uno tras otro, los empresarios abandonan el proyecto. (Un inciso: perdonen el peñazo histórico, pero sin un repaso cronológico resulta difícil entender las pestes que saquean los bolsillos de los ciudadanos).

La pelota queda en el tejado de la Administración, que decide echar mano de sus recursos -o, mejor dicho, de los nuestros- para finalizar las obras del mastodonte de Patxi Mangado. El plan consiste en recuperar la mayor parte del dinero cuando se adjudique la gestión a las empresas privadas. ¡Completamos así el círculo de esta obra de teatro del absurdo!

No es tarea sencilla encontrar una que se haga cargo del muerto non nato. Todos los concejales que pasan por el Ayuntamiento y todos los consellers aseguran que hay cola para asumir la instalación, pero a la hora de la verdad nadie da el paso adelante. Ninguno de los fantasmagóricos aspirantes ve el boyante negocio que se anuncia desde la Administración. Los concejales muestran una cartera supuestamente abarrotada de congresos casi contratados con grandes empresas, pero todo es nebuloso.

Meliá y Barceló deciden jugar la partida solo cuando se garantizan que el crupier ha puesto las mejores cartas en sus manos. Gana Barceló en la mesa de contratación. Sin embargo, Mateo Isern se niega a firmar la adjudicación unas semanas antes de las elecciones. Unos meses después, cuando el gobierno multicolor conquista Cort, anula el procedimiento.

Barceló anuncia que acude a los tribunales para defender sus derechos. Cort asegura que en unas semanas habrá nuevo concurso, que a final de año tendremos adjudicatario y que en 2017 miles de congresistas llenarán las instalaciones mientras sus parejas abarrotan restaurantes y tiendas de Palma. Sin embargo, ¿por qué hay que creer que ahora saldrá bien todo lo que ha fracasado con estrépito a lo largo de diez años?

Tenemos un Palau de Congressos a punto de terminar y no sabemos quién lo va a gestionar. Hemos pagado 120 millones de euros públicos para culminar un delirio y aún se discute cuál debe ser el modelo de gestión. Concejales y gerentes muestran un desacuerdo radical sobre el futuro. Ha pasado una década desde que el proyecto se plasmó sobre los papeles y la única evidencia es que nos encontramos ante un monumento al despropósito. ¿Por qué los ciudadanos van a creer ahora que la rana se convertirá en príncipe?

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