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Opinión

Pregunten si Urdangarin contaba los billetes

Solo cobraba. B. Ramon

Tras la invasión de Irak por Estados Unidos, el libio Gadafi asumió su "responsabilidad" pero no su culpa por el atentado aéreo sobre la localidad escocesa de Lockerbie. La matanza se había saldado en 1988 con 270 muertos. El dictador pagó, no sufrió castigo personal alguno y fue incorporado temporalmente al club de los tiranos amigos de Occidente. A estas alturas del juicio del caso Infanta, los lectores pueden establecer la comparación con los gobernantes que asumen vagas autorías sin culpabilidad.

También pueden buscar paralelismos con las hermanas de Reyes que ejercen un papel institucional pero no de gestión, en una asociación fantasmagórica y delictiva según su contable. Que se sepa, la esencia de la Familia Real consiste en este papel simbólico o decorativo. ¿Alguien se imagina a Cristina de Borbón rellenando afanosa facturas de Nóos, en cuya junta directiva ocupaba un lugar primordial?, ¿Juan Carlos de Borbón tenía menos derechos sobre La Zarzuela porque no abrillantaba las armaduras?

Aparte, no se entiende en qué mejora el concepto de una exduquesa que destinaba a sus gastos privados, según el mismo contable de antes, el dinero que percibía por la mera explotación de sus derechos de imagen a cargo de la trama. Sin trabajar. Partícipe a título lucrativo, una expresión al alcance de un balonmanista.

Anticorrupción no ha triunfado por su interrogatorio a trompicones sobre Jaume Matas, sino por la genial atribución del calificativo de "anguila" al ministro de Aznar que simuló una confesión en diferido. Siete años conviviendo con el president, rastreando a un ejemplar de la avifauna que encajara con su viscosidad y deslizamiento, su carácter resbaladizo, escurridizo, escamoso y espinoso, para que llegue un fiscal adusto como Pedro Horrach y acierte a la primera. La atribución es individual porque, al margen de atinar, se ha delatado. Para un pobler, la mención al animal totémico de la espinagada era inmediata y reveladora. Es obligado anotar que Sa Pobla también ha aportado a la gastronomía el estofado de ratas de Albufera, descrito en fenomenal crónica por Camilo José Cela, y a falta de saber qué miembro del banquillo será sujeto de la equiparación con este manjar.

Horrach ha desgranado a la banda documento a documento con el contable Marco Tejeiro, hasta la extenuación. Ha agotado la capacidad de estupor de la audiencia y de la Audiencia, con las facturas de corrupción masiva sin iva. Los espectadores desamparados añoraban la frase que utilizó el fiscal en el caso Cola Cao, ante una funcionaria autonómica:

-Creo que acabaremos antes si me dice los contratos que se hicieron legalmente.

En lugar de preguntarse retóricamente si Cristina de Borbón limpiaba los cristales del instituto Nóos, hay un interrogante sin relevancia judicial pero que el fiscal debió plantear a Tejeiro, porque la historia tiene derecho a saber:

-¿Contaba el señor Urdangarin los billetes de los sobres con dinero negro que usted le entregaba mensualmente?

El problema de las tipificaciones penales es que envuelven de prosopopeya jurídica los hechos descarnados. La trama contrata a empleados falsos, el contable cobra los emolumentos de estos trabajadores ficticios en el banco mediante un cheque que extiende él mismo. Introduce los billetes en un sobre y se lo entrega al yerno y cuñado de Reyes. Como abonadores de millones de euros, los contribuyentes tienen derecho a saber si el esposo de la número seis en la sucesión al trono recontaba escrupulosamente las cantidades recibidas de su hombre de confianza, para ir detallando:

-Este billete de 50 euros corresponde al Estado donde reina mi Familia, este otro billete de 50 euros condena a un anciano a la lista de espera, este billete de 50 euros privará de una beca a un niño sin fortuna. Me refiero al yate, por supuesto.

Y es que los correos de Diego Torres acreditan a un Urdangarin bromista, casi campechano. En cambio, si el esposo y socio de la Infanta no contaba sus billetes sobrecogedores, se cumplía el hermoso gesto democrático en que un duque aunque sea consorte confía más en la honradez de sus súbditos que en la propia. Esta pequeña reconstrucción dramática de los cobros aconseja no sobreactuar en la ausencia de responsabilidades o de culpas de la Familia Real. La pasión exoneradora agrava la afrenta a quienes se limitaron a abonar religiosamente sus impuestos.

El énfasis de los arrepentidos auténticos o impostados en establecer un segundo cortafuegos alrededor de la Familia Real, plantea la duda moral sobre si la confesión puede extenderse a aportar datos erróneos que no afectan al núcleo de los hechos. Ante el chaparrón, Torres y Urdangarin han de tener la sangre muy fría para no arrojarse de cabeza a un pacto sin condiciones.

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