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La fiesta en paz

Matas I de Balears o Jaume V de Mallorca

Jaume V gobernó Mallorca como un monarca absoluto.

El imperio de la ley se había esfumado. Las normas que según juristas y pensadores nos sacaron de la selva y regulan nuestra democracia no regían en los años de Nóos. Esta es la conclusión más evidente que se puede extraer, una década después, de las primeras sesiones del juicio sobre el que están enfocadas las cámaras de todo el país. Muestran un banquillo de lujo: una hija y hermana de rey, un exministro de Aznar que ha sido dos veces president de Balears y dos medallistas olímpicos -uno de ellos exduque-, que están rodeados de otros comparsas mediáticos.

Directores generales, gerentes de empresas públicas y asesores jurídicos han comunicado al tribunal que entre 2003 y 2007 estas islas estuvieron gobernadas por un monarca absoluto. Alguien que les manifestaba su voluntad para que ellos ejecutaran sus deseos. Sus obsesiones. Sus corrupciones.

Nuestra creencia de que teníamos un president sometido al Parlament y a la ley era una mera ilusión. Matas I de Balears, o Jaume V de Mallorca si prefieren agarrarse a una legitimidad dinástica histórica, gobernaba con dos palabras: "hágase" y "páguese". Como un monarca absoluto. Igual que un renacido Luis XIV cuando proclamaba "el Estado soy yo". Como un Luis XVI, que refugiado en su palacio de Versalles, se negaba a escuchar el clamor que llegaba desde París. Nuestro Jaume V, o Matas I, también se aisló. Lo hizo en el palacete de Sant Feliu y rodeado de carísimos altavoces Bang Olufsen para que no llegaran más que las ondas de sus propios delirios.

Ante la palabra de Matas I de Balears, o Jaume V de Mallorca, agachaban la cabeza los directores generales, los gerentes de empresa y los asesores jurídicos. Ningún cargo político o funcionario sacaba de su cajón un sesudo volumen con las leyes vigentes para oponerse a la voluntad del déspota. Ningún control parlamentario resultaba útil. Ningún tribunal de cuentas estatal o autonómico hacía preguntas o indagaciones suficientemente comprometedoras. Estamos mucho más atrapados en el pasado de lo que creíamos. Seguimos dejando que el cargo esté por encima de la ley. Seguimos permitiendo que los deseos del monarca se impongan a la norma. Para preocuparse.

Las vacunas no han funcionado. Ni la del Túnel de Sóller para el PP. Ni la de Voltor en el trasero de UM. Ni la de Filesa en el PSOE. Todos recaen. En Nóos los populares. En los ERE, los socialistas. Los regionalistas no han vueltos a enfermar. Se limitaron a morir. La corrupción sigue en niveles que superan los límites de tolerancia del país. El enfermo continúa grave. El país sufre el contagio de la epidemia.

Jaume V de Mallorca o Matas I de Balears sostiene que "fallaron estrepitosamente los controles y se pagaron gastos que no se hicieron". Es un intento de limitar su responsabilidad penal, reconocida solo con la boca chica y con el único objetivo de obtener un mejor trato por parte del fiscal. Olvida narrar que él se esmeró en la demolición de los sistemas de control. Creó un entramado de empresas públicas que bajo la excusa de lograr una mayor eficacia servía para eludir la fiscalización propia de la Administración. Generó una dinámica de actuación en la que lo importante era el objetivo -"hágase", una vez más- y no el cómo se conseguía. Desmembró la abogacía de la comunidad autónoma para ponerla en manos de afines. Ningún picapleitos iba a inmiscuirse en los proyectos del rey que aspiraba a faraón con obras adecuadas a su dignidad: el Palma Arena, las autopistas, Son Espases, un teatro de la ópera.

La primera semana del juicio del caso Nóos ha probado que tenemos un problema con los políticos corruptos y con los empresarios corruptores. Eso ocurre en todas las sociedades. Lo que agrava nuestro drama con respecto a los países de nuestro entorno es que las alarmas no funcionan. O no son atendidas. Ni las internas de los partidos. Ni las parlamentarios. Ni las funcionariales. Cuando alguien como Matas I de Balears o Jaume V de Mallorca traspasa el umbral del poder empujado por el voto popular se siente ungido por Dios y no sometido a las leyes de los mortales.

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