Desde primera hora de la mañana, cuando todavía no había amanecido, las agujas del reloj no habían sobrepasado las seis de la madrugada, agentes de la Policía Nacional ya se encontraban peinando los alrededores de la Escuela Balear de Administraciones Públicas (EBAP) donde ayer comenzó el juicio por el caso Nóos.

Como en los días precedentes, agentes de este Cuerpo de Seguridad del Estado pasearon entre los vehículos estacionados con perros especialmente adiestrados en la detección de explosivos.

Asimismo, se revisó toda la red del alcantarillado del polígono Son Rossinyol para evitar alguna desagradable sorpresa. Una vez supervisados todos los alrededores de la sala de vistas, agentes policiales se desplegaron cada pocos metros a lo largo de una de las arterias principales de la zona industrial, la que discurre de forma paralela a la aledaña carretera de Sóller. Al inicio del polígono, el aparcamiento acogía más coches de lo habitual, como anormal era el denso tráfico de vehículos cuando el sol ni siquiera se insinuaba por el horizonte.

La Fuerzas de Seguridad habían habilitado tres zonas valladas y férreamente vigiladas por un gran número de agentes de la Policía Nacional en torno al acceso a la Escuela Balear de Administraciones Públicas, dos a cada lado de la entrada principal por donde accedían los principales acusados y sus defensas, y una frente a ella.

Tres zonas que fueron inmediatamente colonizadas por los trabajadores de los medios de comunicación, fundamentalmente cámaras y reporteros gráficos que no querían perderse la llegada de los encausados que dan todo el morbo a este proceso, la hermana e hija de Reyes y su marido.

Aparte del impresionante despliegue de agentes, un helicóptero sobrevolaba la zona de manera insistente durante las primeras horas de la jornada y los policías emplazaban a los viandantes curiosos a no detenerse. Para los reporteros, moverse de una zona vallada a otra implicaba siempre el proceso de mostrar la acreditación e identificarse ante los agentes de seguridad, pese a que el desplazamiento, de apenas una veintena de metros, era realizado a la vista de todos ellos.

El acceso al recinto de la EBAP también era complicado. Tras un primer control, en el que había que mostrar la acreditación e identificarse, había que volver a hacerlo otros quince metros después, en la puerta de una entrada lateral. Luego, tras subir varios pisos a pie, había que pasar otro control con un arco de seguridad con detector de metales, antes de poder acceder a la sala de prensa donde el grueso de los periodistas acreditados seguían las disquisiciones de los letrados y fiscales en grandes pantallas de televisión.

En definitiva, un impresionante despliegue de seguridad en el que no se dejó nada al azar para que nada perturbara el juicio más mediático de la historia de este país.